Lo real y el ver
El pasado viernes 7 del presente se inauguró, en el Museo Nacional de Antropología e Historia de la Ciudad de México, una de las más importantes exposiciones de fotografía que se presenten en nuestro país, por lo menos durante este año, Amazonia del brasileño Sebastiao Salgado (1944-). He tenido la fortuna de ver y seguir la obra de Salgado a través de los años, por lo que no me siento incómodo al hablar de su trabajo sin ver aún esta nueva exposición. Además, coincidentemente, en diciembre pasado alguien tuvo la feliz idea obsequiarme la edición 2022 de libro que lleva por título Génesis (Taschen 2022) que yo diría, funciona como la biblioteca personal de Salgado, es decir en ella –en la exposición—se encuentran ejemplos de la mayoría de las explosiones del fotógrafo relacionadas por la idea del génesis, de ella se ha curado Amazonia.
Pero más que hablar de la exposición y/o el libro, al acercarme a Salgado quisiera abordar su trabajo y desde otra perspectiva. No cabe duda de que en la actualidad, hay pocos fotógrafos como él. De principio, tomemos en cuenta que su formación profesional viene de un campo que en principio se podría pensar tiene poco que ver con lo artístico, él se formó como economista en las mejores universidades del extranjero y de su país.
A pesar de incorporarse a la famosa agencia de noticias Mágnum en 1979, en donde logra darse a conocer mundialmente, luego de 15 años, en el 94, rompe con ella, solo para formar su propia agencia, la Amazon Imagenes.
Aunque ya lo venía haciendo, partir de su salida de Mágnum, se define su tendencia a trabajar exclusivamente con su esposa, Laila Wanick, y luego con sus hijos. Es la familia entonces quien se encarga de representar, firmar contratos, imprimir, catalogar, conservar, escribir, vender, promover, diseñar libros y catálogos, todo lo relacionado con la actividad central de Salgado, de sus viajes y publicaciones.
Las fotografías de Salgado son como precisos dardos envenenados, ante muy pocos ejemplos uno puede pasar indiferente, todo lo contrario, cada nueva imagen es, efectivamente, una nueva imagen de un mundo que parece no conocemos y necesitamos del guía Salgado para darnos una idea de su grandeza. Esta es, sin duda, una de las funciones de la fotografía. Gracias a ella vemos, conocemos el mundo de maneras jamás imaginadas y en rincones y detalles tan remotos que solo unos cuantos privilegiados pueden llegar a contemplarlos. Esto es cierto y se cumple en el casi 100 % de sus imágenes, ya sean de acantilados y bahías desiertas, cumbres congeladas, animales salvajes u hombres sembrando, cazando, festejando, explorando y siendo explotados, desiertos, pampas, bosques, minas.
El único problema es que este mundo, tan perfecto, solo existe en la fotografía de Salgado, instante tras instante que ha ido capturando, el fragmento que se ha logrado desprender en cada imagen del flujo de la vida y la historia, permanecerá así, aislado dentro del recuadro de papel que lo margina de las verdaderas condicione materiales en las que existen, en el mundo de allá, el de fuera de las galerías y de los museos. No creo que los Mentawai de Sumatra, o los Himba de Namibia o los mineros de Sierra Pelada, no tengan nada que decir al respecto y persistan en vivir como seres edénicos en un mudo que nos estamos acabando a mordidas.
No hay, quiero pensar, ninguna mala intención en el trabajo de Salgado, el problema es que su grado de perfección llega a chocar con lo real del mundo. Su trabajo es un claro ejemplo de cómo no siempre coincide lo real con lo que se ve
Publicado en Milenio Diario
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