El Saporana o un aniversario más

Diego Rivera. Autorretrato. 1930


Con motivo del deceso de Silvia Pinal, un buen amigo, me hizo llegar una fotografía en la que se ve a la actriz mexicana y junto a ella el pintor, también mexicano, Diego Rivera, en medio de los dos, el gran retrato que este le acababa de pintar (1956). La Pinal tenía motivos de sobra para presumir su nueva adquisición: sin duda, es uno de los mejores retratos que Rivera realizó (junto al de Guadalupe Marín y el de Tina Modotti), dato interesante, ya que mientras en otros géneros se hacía evidente su declive conforme pasaba el tiempo, en este caso a pesar de tratarse de una obra tardía, un año después, en el 57, dejaría de vivir, funciona como un buen ejemplo de las grandes dotes que como pintor tuvo Rivera. 

De vivir, hoy tendría 140 años, aniversario que, por cierto, se acaba de conmemorar el pasado domingo, el día 8. En este momento no creo que haya alguien que ponga en duda la capacidad y entrega con que Rivera pintó muros, lienzos, papeles, pero sobre todo su gran convicción de que con lo que hacía y las razones que lo impulsaban a hacerlo, estaba revolucionando el mundo del arte. No es este el momento para analizar qué tan justas fueron esas ideas y qué tanto logró convertirlas en imágenes, imágenes modernas, respuesta al arte tradicional, tal y como lo quería. 

 En un espacio tan breve es imposible dar siquiera un acercamiento medianamente preciso acerca de la complejidad del pensamiento del pintor, que como en el de muchos de sus correligionarios del momento, en él hallamos ideas nacionalistas, antifascistas, comunistoides, cristiano primitivas, hasta versiones personales de filosofías antiguas occidentales y nativas. Lo que quizás fuera más interesante es tratar de darnos una idea de qué pasó con todo ese legado, con toda la obra que produjo, con todas las manifestaciones que promovió, Su obra, conocida o desconocida por el gran público al que siempre creyó que se dirigía, por fortuna ahí está, y en cuanto ha sido necesario se ha preservado e incluso restaurado para asegurar su perdurabilidad. Por esas extrañas y bizarras lecturas que solo el arte es capaz de provocar los gobiernos federales y locales, las iniciativas privadas, todos, aunque sea, hacen una mínima mención de ellos, no importa si inicialmente eran enemigos irreconciliables, el tiempo borra toda diferencia y la obra de arte saca lo mejor de nosotros haciéndonos comprender que hay valores superiores a los de las políticas terrenales. 

 A pesar, pues, de la omnímoda presencia de las obras de los muralistas de 1era y hasta 3era generación, no podemos decir lo mismo sobre la continuidad de una escuela, corriente o estilo, mucho menos de un sustento intelectual compartido. Como a la mayoría de los movimientos que formaron e hicieron posible el arte moderno, sus formas originales, sus temas recurrentes, sus procedimientos usuales, en el mejor de los casos, han caído en el olvido, cuando no han sido condenados por retrógrados e inflexibles; lo mismo sucedió con esa pintura y escultura que siguieron de la lucha armada de la Revolución Mexicana, y aunque en los 90`s hubo una cierta inquietud que Teresa del Conde bautizó como Neo-mexicanismo, en realidad nunca logró ir más allá de los escaparates de las galerías de lujo.

 La historiografía, nacional e internacional, nos provee, hoy día, de nuevas y atrevidas aproximaciones al arte del pasado como puede ser el Muralismo en México. Eso nos habla de la fuerza y riqueza que aún es posible hallar en esas obras, son las lecciones del pasado las únicas capaces de dar sentido a celebraciones como el aniversario del natalicio de Diego Rivera, alias el Saporana, su autorretrato (cualquiera de ellos) hace evidente el porqué del sobrenombre.

Publicado en Milenio

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