Nel Nelson

Diego Rivera. El hombre controlador del universo. 1934



 Hace 90 años tuvo lugar un evento que nos ayuda a comprender el talante de nuestras relaciones culturales con los Estados Unidos de Norteamérica. Me refiero a la destrucción del mural que Diego Rivera (1886-1954) había empezado a pintar en lo que sería el edificio emblema del Rockefeller Center en la ciudad de Nueva York, un conjunto de 19 edificios, obra del arquitecto Raymond Hood, que inauguraría la expansión urbana de lo que hoy se conoce como el MidTown Manhattan, el corazón de la ciudad.

 La familia Rockefeller (fundada en 1723 por Johan Peter Rockefeller), como se sabe, una de las más ricas, poderosas e influyentes en los Estados Unidos. Formó buena parte de su fortuna a partir de la explotación del petróleo, la banca y diversas actividades financieras, por lo que llevar a cabo un proyecto como el que se ha descrito es lo menos que se podría esperar de ellos, a fin de reafirmar simbólicamente su poder económico, político y cultural.

 Si bien es cierto que la fama precedía a esta familia y sus nuevos edificios, no menos cierto es que igualmente famoso era el mexicano Diego Rivera, quien para la década de los 30 ya se había consolidado como el líder de la nueva pintura mexicana, así como destacado representante de la pintura moderna que crecía a ambos lados del Atlántico. Como dato adicional, que abona a su fama pública, es que en ese momento era marido de la pintora, también mexicana, Frida Kahlo (la pareja vivió en los EUA de 1930 al 35). 

 En 1931, el Museo de Arte Moderno (MOMA) organizó una magna exposición del pintor que contribuyó a difundir la fama del mexicano en aquel país. Como uno de los resultados que trajo consigo la muestra en el MOMA fue que Rivera recibiera, de parte de Abby Rockefeller y su hijo Nelson, la invitación a pintar un mural en el edificio sede del Rockefeller Center, un mural que cubriría una superficie de 99 metros cuadrados con el tema de El hombre en la encrucijada de caminos.

 Recordemos que Rivera no era la primera opción de los Rockefeller, ya que estos habían hecho la misma invitación a pintores como Picasso o Matisse. Después de muchos arreglos legales, económicos y hasta artísticos, Diego empezó a trabajar en el mural de marras en enero de 1933 para abandonarlo a la picota prácticamente un año después.

 Aunque no fue el único motivo, la presencia de un retrato de Lenin, casi al centro de la pintura, llevó a los patrones a solicitar su cambio, a lo que Rivera se negó en repetidas ocasiones, lo que llevó a su destrucción definitiva. 

 Un año después, el gobierno de México invitó al pintor a realizar la misma obra en el Palacio de las Bellas Artes en la ciudad de México. Con cambios en las dimensiones (480x1145 cms) y la orientación del contenido (hoy se le presenta como El hombre controlador del Universo), la enorme tela es, sin duda, uno de los mejores ejemplos de lo que fue la pintura mexicana en esos momentos y el porqué de su importancia. Mientras tanto, el espacio reservado al mural de Rivera en Nueva York, fue tímidamente ocupado por el pintor español José María Sert.

Publicado en Milenio Diario
Imagen: museodelpalaciodelasbellaarte.inba.gob

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