El atractivo de la fotografía

José Luis Cuevas. De la serie La apestosa.



 No sé si les haya sucedido, que se pregunten por qué les gusta, atrae, o interesa una cierta fotografía, en tanto que otras no logran que siquiera movamos la cabeza para voltear a verlas.

 Por supuesto que no hay regla escrita sobre el tema y, de entrada, hay que aceptar que lo que a mí me puede llamar la atención, a cualquier otro lo deje tan frío como una buena cerveza. Sabemos qué normas, reglas y convenciones, hay y de sobra, en toda recomendación que se hace sobre cómo apreciar una “buena fotografía”, pero resulta, y la propia experiencia puede corroborarlo, que hay más de una ocasión en la que, precisamente, por no seguir tal regla, por contrariar esta norma, por hacer lo opuesto a lo que se esperaba, esa fotografía nos resulta infinitamente más tractiva que la tomada bajo los estándares más exigentes y ortodoxos, pues, además, como dice el dicho, “en gustos se rompen géneros”. 

 Una última precisión, a la que siempre acudo cuantas veces salta el tema a la mesa. Una cosa es que se conozca, se sepa la existencia de la estética, del momento que dicta juicio sobre lo que se produce, que se esté de acuerdo con ella, se entienda y hasta se aplique, y otra muy distinta que, como consecuencia, te guste, la arropes, la prefieres sobre muchas otras. Porque eso es otra cosa, las fotografías (como creo sucede en la pintura y otras artes visuales) que nos gustan puede diferir entre sí, tanto como entre las que nos gustan y las que ignoramos (antes del punto y aparte, hay que agregar que también se tiene que distinguir entre las fotografías que nos gustan y las que nos disgustan, mismas que merecerían un apartado especial, pues aunque pareciera que son lo mismo que las que no nos gustan, no lo son; desgraciadamente ese espacio no puedo otorgárselos aquí). 

 Por supuesto, soy el último en tratar de dar alguna recomendación al respecto y menos querer hacerlo. Creo, y esto sí puedo decirlo, que se trata de un asunto personal, quiero decir de la persona. Que te guste o no, una fotografía tiene que ver más con quien la observa que con la fotografía en sí misma, como objeto y como imagen. Nuestra historia personal (antecedentes, educación, familia, costumbres, creencias, prejuicios, lugar en que te encuentres y hasta salud física) pone ante las fotografías que veamos, una serie de filtros, de condicionantes, que, como si se tratara de una lente zoom, nos alejan o acercan de la fotografía que tratamos de observar. Luego, entonces, el gusto o no por una fotografía es un juicio individual que puede o no ser compartido por otros. Se comparte el juicio, pero no los motivos que te llevaron a él, ya que estos son estrictamente personales, surgen de lo que sucede, en exclusiva, entre la fotografía y yo como observador. 

 En lo personal, no tengo, como decirlo, un “estilo” de fotografía que me guste, pues me gustan lo mismo los daguerrotipos, que algunos snapshots que aparecen en Instagram, o, ahora, ciertas imágenes generadas por la IA. Me gustan los retratos, los paisajes, naturalezas muertas, experimentales, fotografías construidas y hasta encontradas. En cada una de ellas, o hasta en cada grupo de ellas, siempre hay una razón personal, íntima, en el origen de tal gusto. 

 Por ejemplo. Hace unos días comenté que la serie La apestosa, de José Luis Cuevas (el fotógrafo, por supuesto) que documenta el espacio material y la vida cotidiana de un bar lumpen y sus parroquianos, me parece muy interesante, me gusta, lo mismo que las fotografías de Aristeo Jiménez, Ruth Rodríguez, Antoine d’ Agata y de su tocayo Antoine Rodríguez, por mencionar algunos más que se han detenido o han hecho de este tema y sus anexos, el centro de su producción, porque me permiten acercarme a otros mundos con los que, a pesar de compartir el mismo espacio-tiempo, no me son conocidos o me sería muy complicado tener acceso con la familiaridad que ellos tienen. 

Es verdad que lo que sucede en esos sitios, es lo mismo que ocurre en los bares de Polanco o de la colonia del Valle, sin embargo, lo interesante para mí en lo personal, es que me dan la oportunidad de ver como esas mismas conductas, se diferencian entre sí, tanto como entre los mismos fotógrafos, por una serie de matices que son, en primer lugar, las que han llamado la atención del fotógrafo y después, si hay conexión, la del espectador. Así pues, aunque el tema es el mismo en las fotografías de Ruth Rodríguez, jamás serán iguales a las de José Luis Cuevas, tan distintas las unas de las otras, y, sin embargo, ambas me gustan.

Publicado por Milenio Diario
Imagen; festivalojosrojos.com

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