Blow-Up


 

El término Blow-Up se empleó en la época
 de la fotografía química para hacer referencia
 a las impresiones que por su ampliación 
dejan ver, de manera evidente, los cristales de plata 
de los que está compuesta la película (grano reventado). 

 Literalmente Blow-Up quiere decir explosión, un significado cercano al descrito arriba, pero lejano cuando se aplica a la película del mismo nombre de Michelangelo Antonioni de 1966, aunque peor resulta si tratamos de acercarnos al contenido del filme por medio del título con que fue estrenado en nuestro país, Deseo de una mañana de verano. Y es que el mismo origen de la película y su título son un tanto ambiguos por no decir enredados o confusos. 

 Según se cuenta, Sergio Larraín (1931-2012), extraordinario fotógrafo chileno (primer latinoamericano en formar parte de la agencia Magnum), platicó a su amigo Julio Cortázar el curioso incidente de haber captado, fotografiado, sin ser su intención, una pareja haciendo el amor en pleno día y a plena luz del sol mientras él –Larraín—fotografiaba los alrededores de Notre Dame en París; no sería, sino hasta haber revelado sus negativos que notó que ahí se encontraba la gozosa pareja. El escritor, ni tardo ni perezoso y viendo el potencial del suceso, lo convirtió en un cuento que lleva por título Las babas del diablo (1964), solo que aquí, al igual que en la película, la escena indiscreta, trata del descubrimiento que tiene el fotógrafo protagonista del filme de un asesinato, del que cae en cuenta al ampliar las fotografías que acaba de tomar en un parque y que obviamente no era su principal objetivo. Al notar la escena que aparece lejana y en el fondo de su trabajo, entra en él una suerte de obsesión que lo lleva hacer ampliaciones cada vez de mayor tamaño, hasta que resulta indistinguible cualquier detalle, debido al efecto Blow-Up, el grano, el cristal de plata resulta tan grande que termina por distorsionar todo lo que se ve en la imagen. 

 En la película de Antonioni, el fotógrafo que le sirvió de modelo, en cuanto a actividad, carácter y personalidad, fue el inglés David Bailey, famoso fotógrafo del Vogue y miembro destacado del llamado Swinging London, que junto con la Ola Inglesa de los 60-70`s lideraron la escena cultural mundial. 

 Como es fácil intuir, la película y sus historias tienen varias vetas abiertas a la interpretación, a mí me interesa presentar tres de ellas íntimamente relacionadas, precisamente, por la fotografía. En primer lugar, la idea de las imágenes que han quedado fotografiadas sin que nadie lo haya percibido en ese momento ha dado lugar desde historias fantásticas que dan cuenta de haber fotografiado fantasmas u otro tipo de retorcidas criaturas, hasta naves extraterrestres vigilándonos de cerca. Esta realidad, que la cámara no se detiene a fotografiar lo que nosotros deseamos, sino que deja inscrito, en la película o en el respaldo electrónico, todo lo que tiene por delante de ella (capturar la luz desde el sitio más lejano), también ha llevado al interés por las imágenes de circuitos cerrados u otros sistemas robotizados. 

 En segundo lugar, tenemos el efecto central de toda esta presentación, el Blow-Up, que, empleado más allá de ciertos fines estéticos, termina no solo por distorsionar la imagen latente que lleva, sino por ocultarla o destruirla, haciendo inútil el recurso de la ampliación. En otras palabras, aunque sepamos que ahí están, hay imágenes que escapan, por su lejanía, dimensiones o escasa luz reflejada/emitida, a los medios de registro con que contamos. Mucho de la tecnología digital actual apunta a la anulación del Blow-Up a fin de poder ver y ver y ver, ver todo lo que nos parecía, de entrada, invisible. 

 Finalmente, creo que esto que he llamado más arriba, el deseo por ver hasta lo invisible se encuentra relacionado con una pulsión escópica propia del ser humano, o sea, a nuestro deseo por comprender, por entender, lo que nos rodea por medio de la mirada. La obsesión del fotógrafo de la película por seguir ampliando aquel negativo que contenía el asesinato perpetrado no es más que el resultado del deseo por descubrir la identidad del criminal a partir de su identificación en la imagen. Si hoy día nos encontramos inmersos en un mundo de imágenes, no ha sido únicamente por una actividad perversa de quienes las producen, sino también, y en igual medida, de quienes las demandamos sin cesar, para entender qué demonios es lo pasa allá afuera.

Publicado por Milenio Diario
Imagen: cuatrobastardos.com

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