Guadalupanismo

Graciela Iturbide.

 Nos encontramos en un nuevo 12 de diciembre y como en años anteriores, desde 1824, año en que el Congreso de México declaró este día como de fiesta nacional, atestiguamos las manifestaciones masivas más sinceras, pero también las más extremas de fervor y entrega religiosa. Solo este año se espera que lleguen hasta la Basílica de Guadalupe, en la Ciudad de México, más de 9 millones de peregrinos, lo mismo de México, país, que, de la lejana Sudamérica, los Estados Unidos de Norteamérica, e incluso de la mismísima Europa. Fenómeno que con intensidad semejante se replica en otras basílicas guadalupanas en el país y el extranjero, o dondequiera que se cultive esta tradición. 

 Este conjunto de creencias no distingue entre razas, edades, sexo o posición social, mueve a los creyentes a realizar todo tipo de promesa con el fin de recibir un favor que alivie o borre algún pecado, según el tamaño de este o de lo solicitado, será la promesa hecha a la Guadalupana. Entre la creencia y las promesas hechas, se abre un amplio espacio de manifestaciones físicas y simbólicas que con el tiempo se van sumando al imaginario de un México que se resiste a olvidar a su protectora. 

Estas manifestaciones, que no se limitan a la Basílica de Guadalupe y sus alrededores o al día 12, sino que se dan hasta en los ámbitos más insospechados, dígase entre la gente del crimen organizado, los migrantes, ermitas perdidas en la montaña o el desierto, tatuajes corporales, e incluso nombres, por ejemplo, de pulquerías, cantinas o programas de televisión. Todo ello ha sido motivo de trabajo para fotógrafos mexicanos y extranjeros, deseosos de captar uno de estos cuadros y dejar un testimonio más de cómo es que se vive, se cree y experimenta, el guadalupanismo. 

De arriba a abajo: Lourdes Almeida; Adolfo Patiño: Pedro Meyer: Elsa Medina; y Yolanda Andrade 



 Aquí comento, seis fotografías o trabajos hechos a partir de fotografías, con los que trato de ejemplificar lo antes dicho. La primera que vemos es una imagen de Graciela Iturbide en el pueblo de Chalma, Estado de México. Se trata de un muro en el que se ha pintado una representación bastante abstracta de la Guadalupana, pues, en realidad, solo reproduce, subjetivamente, la orla de rayos que circundan a la Virgen; al centro y clavado al frente del muro hay una especie de poste vertical un poco más pequeño que la orla, quizás para colgar de ahí alguna imagen. Lo interesante de este trabajo es que nos presenta en una población de fuerte tradición indígena estas inconscientes representaciones modernas. 

 Cito ahora tres trabajos similares, pues, fueron tomados en la explanada o en torno a la Basílica de Guadalupe. Yolanda Andrade, Elsa Medina y Pedro Meyer, son estos fotógrafos, entre muchos otros, que se han dado a la tarea de visitar, como los mismos peregrinos, este famoso templo. La imagen de Medina nos deja ver el momento exacto en que se besará una pareja de jóvenes en medio del tumulto que espera acceso al interior de la iglesia para contemplar la tilma de Juan Diego, qué mejor momento para sellar un pacto de amor. Las fotografías de Meyer y Andrade nos presentan a dos peregrinos, un hombre en el caso de Meyer, una mujer en el de Andrade, que, amarradas a la espalda, al lado de su ropa y cobijas para dormir y de un niño en el caso de la mujer, llevan una pintura, de regular tamaño, en la que está representada la Virgen, posiblemente en espera que se bendigan a estas como a muchas otras imágenes. 

 El trabajo de Lourdes Almeida es una interesante construcción con base en nueve transfers de Polaroid a papel amate, Virgencita en pirámide, es su título y hace evidente la intención de su autora al hacer pervivir una creencia prehispánica (la forma en que están acomodados los transfers, es decir en pirámide) con medios contemporáneos. 

 Finalmente, del inolvidable Adolfo Patiño, presento su Bandera para la colonia México, una bandera con las barras de la estadounidense, pero en lugar de las estrellas, lleva tres impresiones de la Virgen de Guadalupe. Quizás, habría que hacer énfasis en que fue Patiño, entre otros productores, de los primeros en emplear la imagen de la Guadalupana, en su obra personal, como una especie de reafirmación de su identidad cultural. ¿Quién, en este momento, podría negar que esta imagen no es únicamente, un símbolo religioso de México, sino también, y como pocas otras, de la cultura tradicional y contemporánea de nuestro país? Tal era el mensaje de Patiño desde los años 80 del siglo pasado.

Publicado en Milenio Diario
Imagen redcollectors.com

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