Actualidad de temas I



Si somos honestos, una de las preguntas que con más insistencia se/nos hacen la mayoría de los productores más jóvenes o simplemente amateurs es sobre qué deben hacer, qué asuntos pueden o deben abordar. A la falta de respuestas concretas, es que se ha dado patente de corso a cuanta subjetividad, accidente o experimentación ha levantado la mano para reclamar el puesto de ser contenido exclusivo y, por qué no, el único legítimo de la producción artística. 

 Las nuevas alternativas se han expandido al grado de aceptar y celebrar cualquier émulo de imagen producida, esto más, las facilidades que ahora brinda la tecnología han hecho creer a muchos que cualquier fotografía es una imagen que vale la pena y que cualquiera que manipule esta tecnología es fotógrafo, o mejor aún, artista. 

Más allá de lo mucho que se puede seguir elaborando este discurso, en estas líneas, me pregunto, qué es lo que pasa, mientras tanto, con los temas que se abordan, los motivos de los que se ocupan estas nuevas tendencias o esfuerzos por hacer una fotografía contemporánea con todo lo que eso implica. Salvan la quema, la mayoría de la fotografía documental y el fotoperiodismo, por obvias razones, aquí entonces, me refiero, más bien, a la llamada fotografía de artista o fotografía de arte. Quizás como en ningún otro medio, la fotografía nos impone un punto de vista que es el que, generalmente, se convierte en el asunto de la propia fotografía. Pienso, por ejemplo, en la fotografía de Rodchenko o cualquier otro fotógrafo de la llamada Nueva Objetividad, Albert Renger-Patzsch, Karl Blossfeldt, hasta llegar a August Sander y Edward Weston.

 Tomemos de este último unas de sus fotografías más famosas, la del pimiento, este –el pimiento-- por sí mismo carece de interés, pero en la fotografía de Weston se convierte en un fascinante objeto, gracias a la maestría con que se han manejado las luces, el encuadre y el punto de vista desde el cual se observa, que es desde el que nosotros conocemos a este y solo a este pimiento, al que celebramos, no por serlo, sino por sus formas. 

 Este es el tipo de transformación al que me refiero, al desplazamiento del interés por las formas en detrimento de los temas (entre otros aspectos). Desgraciadamente, no todos somos Sander, Stieglitz o Weston como para hacer de estas traslaciones un proceso de éxito. Lo que es verdad es que a partir de estos cambios en el énfasis que debe llevar una imagen –al menos la fotográfica--, el problema del tema o contenido se ha ido diluyendo en la mayoría de los casos, hasta llegar al momento actual que ya presentaba el inicio de estas líneas. 

 A la popularización del aparato productor de imágenes, y a la historia de la evolución de la imagen fotográfica, habría que sumarle otro factor. En este momento no podría señalar con seguridad a qué se debe la dilución de motivos, pues además parece que no todos han desaparecido o dejado de tener vigencia, con mayor precisión habría que decir que esto ha sucedido únicamente con aquellos que, hasta hace un siglo aproximadamente mantenían una presencia o vigencia de carácter general o universal, los que provenían de una misma fuente que era de todos conocida, pienso en específico en la religión o la historia patria tradicional. Al dejar de abordarse, su espacio ha sido ocupado por las demás alternativas de las que he hablado 

Sigue habiendo arte religioso, como también patriótico, pero, lástima, estos carecen de interés, para los productores más avanzados o los que pudieran darnos imágenes más valiosas si es que se preocuparan por abordarlos. 

En un intento por ser más claro, me he de referir al texto de hace una semana en el que presenté a 6 fotógrafos mexicanos que abordan en algún momento de su obra el tema de la Guadalupana. Las diferencias y similitudes entre los 6 nos dan luces sobre cuál es el estado de la cuestión. Tanto Iturbide como Lourdes Almeida recrean la iconografía tradicional, Medina, Meyer y Yolanda Andrade, se detienen a registrar las incidencias sociales del culto religioso, y solo Patiño, incorpora a su obra la profundidad simbólica que la imagen de la Virgen de Guadalupe tiene no solo en los creyentes sino en todo el país; siendo entonces, este último, el único que no intercambia el tema general por algún otro aspecto singular del mismo o por sus formas.

Publicado en Milenio Diario

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