Exposiciones de Poche



 Hace muchos años, cuando me empezaba a adentrar en el mundo de las artes visuales y de la fotografía, tuve contacto con una extraordinaria colección de libros, Livre de Poche, una de cuyas líneas editoriales estaba dedicada, precisamente, a la fotografía. Hace tiempo que no he vuelto a ver alguno de sus ejemplares, se trataba de pequeños libros, entre 7 y 8 pulgadas, con un mínimo de 200 páginas aprox, dedicadas a la presentación de la obra de algún fotógrafo, principalmente francés, pero sin renunciar a los grandes nombres de fotógrafos extranjeros. En aquel entonces, de bajo costo, me permitió adquirir un buen número de ellos y así tener, cada que abría un nuevo ejemplar, mi propio vernissage

 Creo que desde entonces me he sentido atraído por los llamados libros de bolsillo, los de la Colección Austral, por ejemplo, que fueron los primeros de este tipo en la editorial Espasa Calpe. El Molino también tenía su colección de libros de bolsillo y ni que decir de la casi inmortal Penguin books. De las editoriales mexicanas recuerdo a Ediciones Tecolote y la entrañable Colección Quetzal de Editorial Hermes, y ni qué decir de Nuestro arte/Museo de papel, colección dedicada a la promoción del arte regio del Fondo Editorial de Nuevo León. La mayoría de los que he citado con una calidad editorial y de impresión más que aceptable, sobre todo tratándose de libros, supuestamente, destinados al consumo masivo. Este formato pequeño, que efectivamente, permite guardar un ejemplar en la bolsa del saco, a mí me parece una joya de la industria editorial, ya que supone que en muy breve espacio se puede dar la información suficiente, para que el lector promedio, no el especializado, pueda tener acceso a temas e imágenes que ayuden a su sensibilización y a dar a conocer, difundir, la obra de los grandes creadores. Nada más y nada menos, únicamente lo fundamental. 

 Esta remembranza de los libros de bolsillo no es más que la introducción a mi comentario sobre la muestra De paseo con la muerte, inaugurada en el Museo Metropolitano de la Ciudad de Monterrey, el pasado martes 7. Aun y cuando la exposición se atribuye a un solo fotógrafo, Frank Peña, se trata en realidad de tres exposiciones individuales presentadas y abiertas al público de manera conjunta o colegiada. Esmeralda Duque y Vanessa Hernández, comparten muros con el ya mencionado Peña. 

Lo interesante de este paseo con la muerte, curada por Domingo Valdivieso, es que todo sucede en el interior de un pequeño cuarto –la primera sala al entrar al museo que se encuentra a la izquierda--, de los cuatro muros que lo flanquean, uno se comparte con la ventana que da al exterior y otro con la puerta de entrada, o sea, la sala de exposición cuenta con dos paredes solas y las superficies que quedan libres entre la ventana y la puerta. En tan reducido espacio Valdivieso se las ha ingeniado para presentar 15 imágenes, cuatro de Duque, cuatro de Hernández y siete de Peña. 

 Visto de botepronto, pudiera parecer sin sentido hacer una exposición, y menos una colectiva, en la estrechez de esta sala; presentar tan solo 4 trabajos por expositor, da la impresión de que no se les hace la debida justicia y se sacrifica el menguado espacio, ya de por sí difícil de conseguir en la ciudad, por presentarlos juntos. Pero, antes de cubrir nuestra cabeza de ceniza, volvamos a ver lo que se presenta. Los trabajos que aquí se nos exhiben, son la primera exhibición individual para sus autores, quienes, después de tomar un Taller impartido en el Museo MARCO, por Valdivieso, destacaron por sus propuestas que son las que ahora presentan en público. 

Así pues, hasta 4 imágenes por participante se me hacen muchas, pues ¿quién, de no ser un genio, es capaz de producir, en su primera experiencia como fotógrafo, un conjunto de imágenes como para formar una exposición mayor? En su lugar, Domingo Valdievieso, los ha invitado a participar en un proceso, quizás más importante que tener una exposición individual (me refiero a los autores noveles), a socializar su obra más allá de los compañeros del taller, de sus amigos y familiares, para enfrentarse a un público anónimo que seguramente tendrá mejor percepción de sus trabajos que cualquiera de los anteriores. Una buena prueba para saber si vale la pena adentrarse por los caminos del arte. Esta prueba, a la que sería bueno que muchos, si no la totalidad, se expusiera, se resuelve teniendo, como en este caso, una exposición de poche, después de lo dicho, vale la pena intentarlo.

Publicado en Milenio Diario

Comentarios

Entradas populares