Para conocedores
La vida se renueva,
bienvenida la primavera.
Justo en el momento en que iba a ser inaugurada la muestra Pintura 1990-2008 de Ramiro Martínez Plasencia, en la Facultad Libre de Derecho de Monterrey, el pasado día 16, y previo a haberla visto con detenimiento, alguien me preguntó si seguía escribiendo para la prensa, a lo que contesté que sí, pero que ahora –desde hace unos cinco años o más—lo hacía casi exclusivamente sobre fotografía; de haber seguido el diálogo me hubiera visto en la necesidad de improvisar alguna explicación sobre este cambio de preferencia.
Ya que he visitado esta muestra, compuesta por tan solo por una docena de piezas, me siento más seguro y confiando de porque me he especializado en la fotografía. Rápidamente dicho, la pintura, en especial la contemporánea, pero igual la de cualquier época, llegó, primero, a desconcertarme, después a aburrirme. Recorrer una exposición de pintura llegó a ser una experiencia sin pies ni cabeza, en ocasiones, ni para pasar el rato. Sin embargo, y lo subrayo, hay ocasiones en que de pronto y ante ciertas piezas o exhibiciones, muy dentro de mí reaparece una lucecita que me permite creer que, en pintura, no todo está perdido. Es el caso de esta exposición, de la que hay que destacar -y quizás en esto radique mucho de su valor—que fue curada por el propio pintor, es decir, fue él quien se dio a la tarea de seleccionar y armonizar estas 12 piezas que no solo representan distintos momentos en su trayectoria, sino que, además, provienen de diversas fuentes, lo que nos habla de que están perfectamente identificadas, no tanto en cuanto que se trata de esta o aquella pintura en sí, sino más bien que en el quehacer de Martínez, están ubicadas con exactitud su significado y trascendencia.
1990-2008 son, viendo la exposición, dos momentos que me parece son clave en la carrera del artista. Los 90 son el momento en que empieza a transfigurar su pintura, de ahí por ejemplo, los dos lienzos semi-abstractos que aquí se presentan, para seguir hundiendo su pintura en campos cada vez más densos de materia, generalmente de tonalidades oscuras, sitios, lugares, espacios en los que surgen unas veces con toda claridad, otras camuflados con el propio fondo, personajes parecieran tomados de tiras cómicas (perros, conejos, cerdos), pero casi siempre en convivencia con la figura humana (Superman) dando vida a insólitas escenas de carácter más bien surrealista, pinturas surrealistas con dibujos animados. El período termina, justamente, cuando se va abandonando la pintura como materia, se retiene únicamente el color, y va tomando el papel protagónico el dibujo, a la vez que el lienzo, la manta o el lino ceden su lugar al papel.
Son estos recorridos los que hay que ver en esta exposición, pasos, saltos, retrocesos, experimentación, dudas, decisiones y realización. Cada una de estas pinturas está hecha de lo mismo, su conjunto apunta a una dirección que, según creo, ni Martínez Plasencia, tenía clara a nivel consciente en esos momentos. Hoy, al ver el conjunto, nos enteramos de ella, y quizás porque ya la estaba trabajando a nivel inconsciente, es que, al irla reconociendo en lo más profundo de su psique, fue tomando forma y dirección, se fue haciendo consciente, aunque también podríamos decir, se domesticó. Cada una de estas doce obras es un universo en sí mismo que contiene el problema al que en ese entonces se enfrentaba el pintor, pero también, in nuce, su solución o siguiente paso. Lo atractivo de la exposición es que se puede admirar pieza por pieza y difícilmente quedar decepcionado, pero también se puede seguir como un todo, como si se tratara de un juego de Clue en el que al terminar de ver la muestra se encuentra la razón, el motivo, la necesidad, de hacer de la pintura una búsqueda continua.
Hasta este momento no he mencionado otro rasgo más que evidente en estos trabajos, podría hacer mención de los formatos, insistir en su discreta apariencia surrealista, el tono como, en diferentes niveles, está expresado su discurso, pero he de mencionar muy especialmente lo que después deslumbra a mucho en su dibujo, es decir el grado de minucia, de exactitud y cuidado con que reproduce –dibuja—las formas, objetos y personajes, que pueblan sus trabajos. Esto es importante porque es creencia general que el grado de naturalismo con que trabaja Ramiro, es el resultado de años en la práctica de una disciplina exigente de por sí, o bien, al revés, que siendo un virtuoso acabas por abrazar lo abstracto, fantástico y grotesco como un bálsamo que te protege de cualquier exceso de realidad; pues bien, resulta que el caso de este artista no es ni uno ni otro su caso, sino todo lo contrario.
Publicado en Milenio Diario
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