Mi fotografía favorita

 

Ian McFarlane. La hija de una madre. 2019


En términos generales, para cualquiera de nosotros, resultaría casi imposible decidir o señalar una fotografía como nuestra favorita. No solo por los miles de fotografías con las que tenemos contacto día a día, sino porque antes tendríamos que resolver asuntos relacionados, por ejemplo, con qué clase de fotografía es de la que hablamos, su género, la época en que se produjo, su autor (o si es desconocido), familiar o genérica, profesional o amateur, propia o de alguien más; cómo se adquirió, si está enmarcada o no, grado de deterioro, tiempo de conocerla, técnica e impresión, etc. y aun cuando lográramos fijar o determinar estos y otros puntos, nada garantiza que sería más fácil o sencilla la decisión. Y es que creo que a pesar de todo no tenemos una fotografía favorita, sino más bien un conjunto de ellas que a lo largo del tiempo se ha ido ganando nuestra atención y aprecio, destacándose, precisamente, por esa atracción que ejercen sobre nosotros. Conjunto de imágenes, por otro lado, que no se forma conscientemente, sino que a lo largo del tiempo se van sedimentando y, como en los buenos vinos, lo efectos del padre cronos ayudan a su mejor apreciación. 

 Una de las limitantes de escribir en la presa diaria sobre fotografía o cualquier otra de las artes visuales, es que por más dotes narrativas que tengas, por más fina y exacta que sea tu pluma al momento de describir, jamás será lo mismo que ver la imagen de aquello a lo que te refieres. Tú podrás tener la imagen en todas las versiones que quieras, el lector solo tiene lo que tú dices, debe pues,concederte toda la credibilidad de la que sea capaz, y aceptar tus juicios y observaciones, casi como si fuera propios. Por esta particular situación es que desde hace tiempo rara vez me detengo en obras individuales (a favor o en contra) a menos que sea estrictamente necesario. 

 A pesar de lo anterior y dado que estamos hablando de mi fotografía favorita, intentaré presentar a continuación la mía. Como ya dije, no es que esta fotografía lo sea en particular, hay muchas otras, de unas me acuerdo de inmediato, otras me vuelven a saltar en cuanto las veo. Esta, de la que voy a hablar, no es nada espectacular ni pertenece al portafolio de un(a) reconocido(a) autor, no obstante, desde que la conocí, ejerció en mí una extraña seducción que aún hoy día no ha desaparecido o menguado en nada. Se trata de La hija de una madre, del 2019, del fotógrafo norteamericano Ian McFarlane, fotografía en Blanco y Negro. Forma parte de un conjunto de retratos que McFarlane se dio a producir bajo el mismo título, una vez que tuvo que internar a su madre, ese mismo año, en un asilo para ancianos fracturados por el Alzheimer; su idea fue retratar las relaciones o tipo de relaciones que pueden existir entre una madre y su hija o hijas, momentos íntimos en que se encuentran dos formas diferentes de una misma sensibilidad. Mi imagen es un retrato en exterior en el que una mujer joven (cuarenta años máximo) carga en su regazo a su pequeña hija (seis, siete años), quien, a su vez, sostiene entre sus manos una gallina. Puede suponerse que se encuentran en algún ambiente rural o suburbano, están sentadas en una especie de sillón de rattan, rodeadas de lo que podría ser un bosque o naturaleza silvestre; el cabello de ambas está descuidado, su vestuario es ordinario (jeans y una blusa calada para la madre, jeans y una especie de delantal para la niña), su calzado del “diario”; la madre apoya el brazo izquierdo en el sillón, mientras que con la mano derecha ayuda a la niña a sostener la gallina. Lo que para mí resultó ser el punctum de la fotografía es la mirada de la pequeña, intensamente fija en nosotros, con una leve muesca en la boca que podría ser un esbozo de sonrisa, y que, en conjunto, es muestra de orgullo y seguridad, que afloran al mostrarnos el que debe ser su animal favorito respaldada por su madre. Nada más, o, mejor dicho, solo una pequeña parte de lo mucho que se puede observar en esta imagen y lo que puede decirse de ella, de su contenido y simbolismo. Pero más que eso, este es uno de esos ejemplos en que no sabría precisar si me gusta porque se trata de una fotografía bien elaborada o por los personajes que me presenta, es decir, me gusta porque es una foto de esta madre e hija, o me gusta como fotografía por lo que me deja ver. En muchas otras fotografías hacer esta distinción es un ejercicio relativamente fácil, las fotografías que tomara Lee Miller de los campos de concentración nazi, más que gustarme me interesan como documento, jamás las buscaría por su contenido, La buena fama durmiendo de Álvarez Bravo, me encanta por su simbolismo, no porque se trata de una fotografía de desnudo y así sucesivamente. No obstante, de vez en vez, te encuentras con fotografías como la de McFarlane y entonces te das cuenta de que es este estado de confusión uno de los requisitos que debe tener toda fotografía para terminar convirtiéndose en una de las favoritas. (por lo menos en mí así funciona).

 El ejercicio de seleccionar tu fotografía favorita me fue sugerido por un buen amigo quien, por otro lado, lo vió en el último número de la revista Exit y de ahí saltará, en breve, a la página en FB de los MiercolésFotográficos.

Publicado en Milenio Diario
Imagen; iannmcfarlenephoto.format.com

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