Las Polaroid de Warhol




La semana pasada, más por ociosidad que por un interés legítimo, me topé con la serie Los diarios de Andy Wharhol, que se proyecta a través de la plataforma Netflix. Aunque me dicen que ya tiene tiempo en las listas de programación –el inicio de la serie fue el año pasado—para mí fue toda una novedad encontrarme con estos seis capítulos, a través de los cuales Ryan Murphy (me imagino que con el visto bueno de la fundación Warhol) recrea, como en otras tantas docu-series, a partir del uso de material inédito de la época, noticioso, entrevistas con los involucrados o con gente cercana al personaje principal, la vida, o mejor dicho las notas que sobre su vida el propio Warhol fue dictando a la escritora Pat Hacket, quien fue, a la sazón, la editora del libro que se dio a conocer tan sólo dos años después de muerto Warhol (1987). Esto diarios, hasta entonces, desconocidos, los empezó a reunir el propio artista al salir del hospital donde estuvo convaleciente del ataque a tiros que sufrió en la famosa Factory (estudio, oficinas, sitio de reunión, habitación) en 1976 y que casi le causa la muerte (la escritora Valerie Solanas, fue quien perpetró el atentado). 

 Más que hablar de Warhol o de su documental biográfico, me interesa hacer un par de comentarios sobre un parte de su producción, tan conocida, quizás, como las latas de sopa, pero también tan desconocida como la famosa serie de mixtas sobre tela intitulada Shadows. Me refiero a su trabajo con las cámaras y película Polaroid, esencialmente sus retratos. 

Por lo general se toma a 1958 como el año en que Warhol descubrió las cámaras Polaroid (que a su vez tendrían unos 10 años de haber salido al púbico) y que no abandonaría sino hasta prácticamente su muerte (a pesar de haber conocido y utilizado otros tipos de cámara y película). Hablar de los retratos que Andy Warhol produjo en y a partir del uso de las Polaroid (película y cámara), es, como una buena parte de su obra y personalidad, complicado porque llegan ahí otras ideas y prácticas siendo en el resultado final, el retrato, donde se amarran todas entre sí. El uso de la Polaroid fue más bien motivado por un fin práctico más que estético o estrictamente creativo. En ese entonces una de las principales fuentes de ingresos para el pintor era la de retratista, era tal su necesidad por la venta de retratos que tenía que ingeniárselas para producirlos lo más rápido posible y esa posibilidad se la brindaría, precisamente, la Polaroid. Desde este momento, de una misma práctica, se obtendrán, por lo menos, tres productos, que pueden venderse por separado, cada uno de los tres, o incluso como una combinación entre ellos. Me refiero a el retrato que se obtiene tras el uso de la cámara Polaroid y que se distingue, entre otras cosas, por su pequeño formato cuadrado (se aclara que hay otros formatos más grandes de película Polaroid y que también fueron empleados por Warhol). De ese original, se produce una pantalla de serigrafía (lo que da la posibilidad de emplear múltiples formatos, así como su reproducción prácticamente interminable). Así, este segundo producto es la imagen de la polaroid transportada a la malla serigráfica para ser impresa y reproducida. Y tercera, la misma imagen que se obtuvo de la película Polaroid impresa sobre cualquier superficie, monocroma o multitono, pequeña o gigantesca. 

 Pero una vez consumado este proceso (o antes o al mismo tiempo) interviene –interfiere—su canon estético, desde que es un artista comercial, que quiere ser una máquina, que desearía no sentir nada, la repetición sin límite, la no originalidad, el aburrimiento, la monotonía, su no-sensibilidad, su no-sexualidad. Son estas ideas, más lo complejo del proceso técnico las que en combinación con la propia estética Polaroid, crean la estética Warhol. Es decir, por las características físicas y técnicas de las películas y cámaras Polaroid, la imagen que se obtiene tiene cualidades propias que la alejan de cualquier otra imagen fotográfica a color, esta particularidad serie la estética Polaroid. Sumémosle ahora, la fascinación de Warhol por los colores chillantes, planos, encuadres poco convencionales, imágenes cortadas o mutiladas, manchadas, con poca iluminación, altamente contrastadas, flashadas, etc. y tendremos la confirmación de la estética Warhol. Combinadas ambas tenemos un nuevo tipo de retrato que esta ese momento no se había visto. 

 Warhol, no ha sido el único artista de la segunda mitad del siglo XX en utilizar la Polaroid, poco antes que el empezara, ya Lucas Samarás había realizado una serie de autorretratos manipulados. En México muy conocido su trabajo con las Polaroid es el de Jean Hendrix y por supuesto el de Adolfo Patiño. Aquí en Monterrey, recuerdo los Polaroid del Venny, de Eduardo Rodríguez Canales y más recientemente los de Jaime Toussaint. Lo afortunado es que todas estas Polaroids han resultado tan buenas que hacen de su regreso –el de la Polaroid--algo deseable.

Publicado por Milenio Diario
Imagen: netflix.com

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