Cuando se vive el arte

 

Somalian Prey, 2010-2012

Conocí la obra de José Bedía (La Habana, Cuba, 1959) en la exposición inaugural del MARCO, Mito y Magia en América, los ’80. Posteriormente, tuve el gusto de conocerlo personalmente, primero como jurado en una de las primeras bienales de Arte Femsa, y más adelante, hace 26 años, durante la inauguración de su anterior exposición aquí mismo en el MARCO, Crónicas americanas. Ahora, a partir del 27 de enero pasado, vuelve para presentar su Viaje circular, una selección de 90 obras que van de 1978 al 2022 con la novedad de incluir en ella parte de la colección de objetos etnográficos (México, sud América, Estados Unidos, Oceanía, África, el Caribe) coleccionados por el propio Bedia, durante los viajes que ha realizado por estas regiones. 

 Esto último es una primera lección que se puede obtener de esta muestra, lo mismo que de la serie de pinturas realizadas sobre los conflictos africanos de Somalia y Angola, de hecho, hay una cédula en la que se explica que a lo largo de un año del 85 al ’86, Bedia formó parte de las Brigadas Culturales Internacionales, durante la guerra Angoleña-Cubana, en contra de Namibia y Sud-África, y lo más importante que el contacto con aquel continente sirvió para animarlo a explorar más sobre las influencias africanas en las culturas nativas del nuevo continente. Y este es, exactamente, el punto, Bedia no trata nada en su obra con lo que no esté involucrado o comprometido, es como si se asumiese verdaderamente originario de tal cultura o tradición y desde ahí trabajara su obra, como si fuese una actualización del mito, de la leyenda, de la creencia, es más, no se trata de actualizaciones, sino más bien de las versiones que un hombre del siglo XX hace de ellas al vivirlas plenamente. Podremos estar de acuerdo o no con la postura que como hombre (ideológica, cultural, estética, política) lleva José, pero lo que no se puede negar es que ese es su contenido y que ha encontrado las formas con las que puede seguir hablando de los temas que persigue. 

 Esta es otra lección que, si se lee correctamente, nos enseña la exposición. Desde que conocí el trabajo de José, a principios de los años 90, me sorprendió como el uso inteligente de la línea, y otros recursos gráficos, eran más que suficiente para colmar el espacio, sin importar que tan basto pudiera ser. La línea se vuelve escritura o la escritura continua el trabajo de línea y así van apareciendo, nombres, mensajes, títulos y una serie de símbolos que solo José conoce su significado profundo. Esta forma de producir y el contenido que recrea lo llevan a trabajar series o, mejor dicho, secuencias de eventos, de crónicas, de historia que el grupo conserva en su memoria colectiva. Esta forma de trabajo procede de láminas en las que jugaba un papel más dominante el collage fotográfico -empleo de impresiones tomadas de referencias antropológicas—acompañadas por líneas de dibujo, pero sobre todo por la estampación dactilar de sus propios dedos. 

 Dada la importancia de este método de trabajo y el momento en que se dio a conocer José Bedia, podría sospecharse que este uso gráfico en su trabajo se debía a una limitante o rechazo a la pintura. Pero para sorpresa de todos, no solo pinta, sino que es capaz de enfrentarse a los problemas más serios del medio y salir airoso, dominante. Recomiendo se vean con todo cuidado las pinturas de los barcos cargueros y de guerra, que ya he mencionado, y en especial Somalian Prey, 2010-2012. Estas pinturas, aún y cuando son monocromáticas, debieron llevar a Bedia al color y de estas pinturas a color no estoy seguro de que salga tan bien librado como en sus obras anteriores. El color es el color y tiene su propia lógica y no importa que tan diestro seas en todos los demás elementos formales, si no tratas a cada cual, según su naturaleza, el resultado es fallido. Incluso, como en su caso, el tratar de combinar los grafismos con el color, puede ser una estrategia interesante, pero no siempre exitosa. Muy diferentes son las obras en las que trabaja sobre telas no comerciales, de las empleadas por los grupos originarios con los que mantiene contacto. En ellos, como cambia su concepción del color y se integra sin conflicto alguno a juego de la figura y el fondo.

 Finalmente, encuentro en sus trabajos más recientes, sí el mismo ánimo, la misma fuerza y seguridad, pero veo en sus trazos más nerviosismo, más rapidez, como si tuviera la necesidad de terminar lo antes posible, de entregar un legado que ha construido a lo largo de tantos años y que aspira a trascender igual que sus máscaras africanas u otomíes.

Publicado en Milenio Diario

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