Un sueño no consumado

José Ma. Sirvent. Mirada, 2009

Hace unos días me topé con un librito editado por CONARTE en el 2017 intitulado La ruta escultórica del acero y el cemento, con autoría de Edmundo Derbez García. Me parece una de esas publicaciones de las que nadie habla, que no se promocionan como es debido y que permanecen escondidas en los estantes de las librerías del CONARTE y si bien les va, quizás, en las de la UANL y las de EDUCAL, cuando en realidad se trata de un trabajo que debiera ser ampliamente difundido y más aún comentado. Presenta las 8 esculturas monumentales que en su tiempo formaron parte del proyecto denominado Ruta escultórica del acero y el cemento (2006) ubicada en los márgenes del río Santa Catarina, a lo largo de 7 kilómetros, en lo que en aquel entonces se llamó el Parque lineal, entre la avenida Gonzalitos y el Parque Fundidora. A la fotografía de cada una de estas piezas, agrega valiosísima información sobre los generales de cada una de ellas, incluido el costo que ese entonces representaron y el estado de conservación en que se encuentran hoy día (en el 2007).

 El autor hace un detallado seguimiento a la historia de este proyecto, insistiendo en que se trata de una acción encaminada al mejoramiento urbano a través del uso de la escultura, con la salvedad de que, estas, como sus antecedentes –que en seguida citaremos—rompían, rompen, con la tradicional estatuaria pública que había dominado en nuestro país y aquí mismo, desde el siglo XIX. Derbez cita a la Ruta escultórica de la Ciudad de México, levantada en 1968 como parte de los eventos organizados por la Olimpiada Cultural que acompañó a los Juegos Olímpicos de aquel año y que como sabemos se llevaron a cabo en nuestro país, no solo porque morfológicamente se trata del mismo proyecto sino también porque fueron promovidos por los mismos agentes, en especial, al arquitecto Matías Goeritz. En importancia le seguiría el Espacio Escultórico de Ciudad Universitaria, también en la capital del país, inaugurado en 1979. Y ese mismo año, 1979, apareció la versión regia identificada también como Ruta Escultórica, inicial e idealmente formada por 22 piezas monumentales. La idea era que esta sucesión de piezas empezara en Santa Catarina, y culminara en Apodaca N.L., en el aeropuerto de la ciudad. Las esculturas serían financiadas por el gobierno estatal y las empresas regiomontanas aportando capital, materiales y demás recursos para que se llevaren a cabo. 

 De este primer grupo de obras encontramos al Sol de Monterrey, de Rufino Tamayo (una de dos esculturas que concibiera en vida el maestro oaxaqueño), Surgimiento de Rafael Calzada y Teorema lunar, de Manuel Felguérez (hoy en la entrada principal de la UDEM). Les siguieron La flama de Monterrey de Leonardo Nierman, el Faro del Comercio de Luis Barragán y la Puerta de Monterrey del escultor Sebastián. 

Fue precisamente este personaje al que se decidió entregar el proyecto de esta nueva atapa de la Ruta, haciéndola más explícita al agregar los términos acero y cemento, no solo como características de las obras, sino también para subrayar, desde un punto de vista simbólico, que son esculturas regiomontanas al ser hechas en estos materiales, que, como se sabe, fueron, entre otros, los que dieron el impulso inicial para que Monterrey se convirtiera en la capital industrial y financiera que es hoy en día.

 Siendo Sebastián, pues, el responsable de esta otra parte de la Ruta no es de sorprender que las 8 piezas que la constituyen sean de filiación geometrista, ni que por tal razón se haya invitado a participar al escultor regiomontano Jorge Elizondo (además, por supuesto, de su trayectoria y reconocimientos), ni que la pieza de Goeritz, Serpiente del Eco I, se encuentre en un sitio privilegiado dentro del Parque Fundidora, pero claramente observable desde Av. Constitución, una de las principales vías de tránsito de la ciudad, como una especie de homenaje a quien fuera su tutor, pero también introductor de muchas de las ideas que animaron a nuestro arte Moderno y Contemporáneo. 

Ya he dicho que uno de los elementos que hace valiosa esta aportación de Derbez es que incluye el estado de conservación en que se encuentra cada una de las esculturas. Al igual que la mayoría de los autores que han comentado el proyecto en estos tiempos e independientemente de la crítica que pueda recibir en general, así como cada una de las obras, la condición que presentan es por demás lamentable, colores deslucidos y desconchados, chorreaduras de óxido, soldaduras expuestas, semicubiertas por la vegetación, amén del grafiti citadino, terminan por hacer de este un proyecto, desgraciadamente, fallido. Si mal no recuerdo más o menos por la misma fecha en que este libro fue publicado, se creó un comité especial para dar mantenimiento a las esculturas de la Ruta, dos o tres, creo, fueron las beneficiadas, el resto sigue y seguirá en el sueño de los justos. 

Felices fiestas Navideñas.

Publicado en Milenio Diario
Imagen ciudadescreativas.com

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