De las exposiciones (I)


 La semana anterior cerré mi colaboración sugiriendo evitar, en lo posible, claro está, o no fomentar exposiciones “pobres”, o sea, aquellas que a fin de cumplir con los raquíticos presupuestos que se asignan a estas actividades, prefieren sacrificar la calidad de las imágenes impresas que presentan (en el caso de la fotografía), antes que dejar de “cumplir” con su labor de difusión y promoción. No está mal y ante la escasez no dudo que haya quien diga que por mala que sea, es mejor que nada y puede ser cierto, pero hasta cierto límite y una larga lista de asegunes y circunstancias que rodean una actividad como esta. (Originalmente este texto se pensó en función de las exposiciones de fotografía, sin embargo y dada la escasa atención que prestamos a estos temas, lo he extendido, espero no arbitrariamente, a otros casos). 

 A lo largo de mi vida he tenido la suerte de ver toda clase de exposiciones, desde las muy lujosas como Los tesoros del Vaticano o la de Tutankamón e incluso la de México: Esplendores de 30 siglos, las bienales encabezadas por la de Venecia, la Documenta o la de Arte Norteamericano del Whitney, hasta las de los jardines de Arte, en reclusorios, bares y cantinas, edificios abandonados o en obra gris y hasta recuerdo un Tenderete del arte, que se ponía todos los domingos frente a la Iglesia de Fátima. Como sea, las exposiciones también tienen su propia historia, movimientos y escuelas. Las grandes exposiciones que he citado han cedido su lugar a más modestas y locales, e incluso a su cancelación por la expansión del COVID que se vivió ente el ‘19 y el ’21, por lo que apenas empezamos a ver lo que serán estas actividades en un mundo pospandemia. Ya con anterioridad los problemas financieros y de seguridad habían reducido significativamente los grandes espectáculos que fueron las exposiciones globales. 

 Cualquiera que sea la exposición de la que hablemos, en el Palacio de Versalles o en la Casa de la Cultura de Ciudad Valles, Tamps., cuesta montarla, y no hay manera de evitar esos costos, sean muchos o pocos. Una exposición, aún a los ojos de los conocedores, siempre es cara, cuesta mucho y más cuando no se tienen contemplados costos reales y se asignan recursos de manera genérica. 

 Montar una exposición no es lo mismo que colgar pinturas en las paredes de tu casa o buscar esquinas y rincones donde poner las esculturas. A pesar de que se exponga una sola obra (la Obra del Mes) o doscientas o más piezas, se tiene que gastar y mucho más que en lo cuadros de tu casa. Por lo menos en mi caso y casa, vas colgando según adquieres las piezas, tratas, hasta dónde es posible, de juntar las semejantes, la de un mismo autor o de dimensiones parecidas; en una exposición, no montas (eso se espera) según vas sacando las piezas de la caja de embalaje, hay un orden o guion museográfico, una secuencia que cumplir, un discurso que exponer, y proceder así tiene un costo. Ya no hablemos de un curador, sino simplemente de quien te hace el favor de colgar las pinturas. No hablemos de marcos, marialuisas y cristales, sino de la manera en que debes, te guste o no, preservar una pieza, asegurarle un mínimo de vida mientras esté en tu espacio. No hablemos de los transportes, seguros, producción de obra (como en el caso de la fotografía), de equipo museográfico, iluminación y control ambiental, seguridad, porque cada nuevo rubro implica un costo, por eso es por lo que son tan caras las exposiciones y por lo que cada vez hay menos de carácter global e, incluso, nacional. 

 Si este y mil cosas más (invitaciones, mantenimiento, programas educativos, etc.) son el triste y penoso panorama de las exposiciones, y más cuando se sabe que los presupuestos a las áreas de Cultura son los primeros en verse severamente recortados al grado de tener que invertir hasta tres cuartas partes del mismo en mantenimiento y sobre todo pago de nóminas, dejando un mísero tercio a otras actividades, entre ellas, no prioritariamente, las exposiciones, ¿cómo pedir que no sigamos aceptando exposiciones pobres? 

 Por si no ha sido claro, hablo únicamente de las exhibiciones organizadas por las instituciones públicas, como Museos, Centros culturales, Casas de la Cultura, o por la iniciativa privada en las mismas instituciones hasta llegar a las galerías, dejo fuera todas las iniciativas de carácter comunitario o individual. Son estas, especialmente las públicas, las que tienen mayor responsabilidad en transformar los proceso a través de los cuales generan exposiciones, por modelos, no por más flexibles, igual de caros, sino al contrario, tratar de moverse fuera de sus ámbitos de seguridad para atreverse a ir más allá de donde siempre han actuado y tan lo han logrado hacer, a pesar de ser otros tiempos, que se llegó a montar exposiciones como las arriba mencionadas y si se quieren ver a nivel local, cito, a vuela pluma, Cristalomancia, Mito y magia en América, Bienales Femsa, el Hechizo de Oaxaca, y algunas más.

Publicado originalmente por Milenio Diario
Se puede ver también en www.artes2010.wordpress.com
Imagen: todoscontraelarte.blogspot.com

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