Divagaciones de verano

 

Lourdes Grobert. Blue Demon vistando la exposición la Filomena. 1996


Desde sus inicios la fotografía se empleó para documentar los sitios, personajes, animales y cosas más fantásticas e increíbles que iban encontrando en sus andanzas los aventureros, científicos y exploradores del siglo XIX, y que llevaban, ponían a disposición de otros, en salas de conferencias, salones de asociaciones especializadas en tal o cual tema, bibliotecas universitarias y familiares. Este es probablemente el origen de la fotografía de viajes que hoy en día deviene en la fotografía de vacaciones. 

 Personajes como Susan Sontag o Pierre Bordieu han explicado amplia y sesudamente las muchas razones por las que nos dejamos arrastrar en esa corriente que es hacer fotografías cuando te encuentras, supuestamente, descansando, en tus días libres, o simplemente de vacaciones. El advenimiento de la cámara de 35 mm, las Kodak Brownie en las que uno solo tenía que preocuparse por accionar el obturador, para que luego la misma compañía se ocupara de todo lo demás hasta hacerte llegar las impresiones de las fotos, el abaratamiento de las cámaras (el aparato), la generalización del proceso de revelado, fueron otras tantas variables que contribuyeron a la popularización de la práctica fotográfica y qué mejor momento para hacerlo que durante tus vacaciones cuando te puedes concentrar en el ejercicio sin interrupciones, casi como profesional. Es obvio que esta tendencia se ha multiplicado al infinito con las cámaras digitales y su adaptación a los teléfonos inteligentes.

 La compulsión que conlleva el tener en las manos un aparato de estos, lleva a accionarlo cuantas veces sea posible, lo que da lugar a una situación curiosa que no era tan común con la fotografía análoga simple y sencillamente porque se cuidaba mucho más la escena que se a fotografiar, fuera persona, paisaje u objeto, así pues, no era muy común captar en un segundo plano escenas no deseadas (como en la película Blow Up de Antonioni, 1966). Pues bien, hoy en día, me atrevo a pensar, hay trasfondos mucho más interesantes que los primeros planos, tanto por la instantaneidad que ofrecen los propios aparatos como por ese deseo de capturarlo todo, pareciera que se cree que entre más imágenes se generan, mayor será, a posteriori, el placer obtenido durante esas vacaciones. 

 El pasado 15 de julio dejó de existir la fotógrafa mexicana Lourdes Grobet Argüelles (1940), contaba con 82 años. Conocí a Lourdes, posiblemente a principios de los años 90 del siglo pasado. Estuvo en nuestra ciudad acompañando a Felipe Ehrenberg, quien por años fue su pareja, en una expo que tuvo en la mítica galería Collage, asociada con el movimiento de Los Grupos y más concretamente con Peyote y la Cía. colectivo del que Lourdes fuera miembro. Nada de extrañar, ya que Grobert venía colaborando con otros grupos como Proceso Pentágono y había intervenido en la creación del Consejo Mexicano de Fotografía, una mujer plenamente comprometida con los movimientos culturales y artísticos de su momento y que aún nos falta mucho que conocer de él y su importancia para el arte contemporáneo. (El esfuerzo más serio que se ha hecho al respecto fue la extraordinaria exposición La era de la discrepancia, Museo Universitario de Ciencias y Artes, 2007). 

 Como fotógrafa, Lourdes dio el salto a la fama al dedicar varias series, primero, a la Lucha Libre en general, pero conforme fue familiarizándose con el tema y sobre todo con sus personajes principales, los luchadores, logró recrear, como nunca se había hecho, el mundo, la subcultura, en la que se desenvuelve este espectáculo popular. Son ya inmortales sus retratos del Santo en traje formal de calle, o de las luchadoras pintándose los ojos a través de las aberturas de la máscara, la foto familiar de algún luchador en la que todos los miembros aparece con máscara, o bien la de la luchadora que, portando su máscara, da el biberón a su bebe. Fotografías que, en buena parte, alimentan el imaginario surrealista de nuestro país. Sin embargo, su trabajo es más amplio, destaca su participación en el Teatro Campesino, su muy interesante propuesta de los paisajes pintados, y obras de carácter más documental como Bering. Lo cierto es que desde mediados los años 70 hasta el momento de su muerte Lourdes se mantuvo siempre activa. 

 Para los que aún tienen vacaciones o no las han tomado y puede hacerlo, el pasado fin de semana, se inauguró en el Museo Metropolitano de Nueva York, una enorme exposición (más de 450 imágenes) dedicada a Bern and Hilla Becher, la famosa pareja de fotógrafos alemanes que hicieron la reconversión de las antiguas construcciones industriales a bellas imágenes seriales de rigor y orden.

Publicado originalmente en Milenio Diario
Se puede leer también en www.artes2020.wordpress.com
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