Cuestión de gustos
A la memoria de la fotógrafa
Lourdes Grobet
Este 6 de julio pasado se celebró en la Pinacoteca de Nuevo León un más que merecido homenaje a Rosario Guajardo (1948-2021) a través de la presentación de su instalación Muerte sin fin. Como parte del multitudinario evento se llevó a cabo un acto dancístico con la participación de tres jóvenes bailarinas que interactuaron entre sí, con la instalación, un narrador y un fondo musical, todo para recrear la temática de esta obra póstuma de Guajardo. Por las expectativas que despertó, la atención con que se siguió el espectáculo y el caluroso y prolongado aplauso que recibieron al final, no me cabe ninguna duda del profesionalismo, seriedad y calidad con que se llevó a cabo la participación de estas artistas.
No obstante, y pesar de reconocer la expresividad de los cuerpos, la flexibilidad que requieren para representar, la fuerza que deben proyectar como símbolo de lo actuado, no puedo decir que he entendido de lo que se trata o que he gozado especialmente con lo visto. Lo mismo pudo haber ocurrido y concluir personalmente que el espectáculo fue un fastidio, y es que más allá de lo que he apuntado, no sé qué más ver en el ballet sea clásico o contemporáneo y mucho menos en los llamados performances, que como dice un amigo siempre terminan embarrados de algo o desnudos. Desgraciadamente, tengo alguna distrofia sensorial o estética que me impide apreciar correctamente la que, según lo entiendo, debió ser la primera manifestación simbólica que llevara a cabo el hombre.
Caso contrario a lo que me sucede con la música. Creo que ya en otras ocasiones he confesado que esta es la única manifestación artística que realmente me llega a conmover hasta las lágrimas, y no hablo de esta o de aquella pieza o corriente en particular, me gusta, apreció y gozo, todo tipo de música, desde la que se vende como primitiva, hasta las últimas improvisaciones electrónicas hechas por la IA. Hace años, un viejo maestro de música, a pregunta expresa de cómo reconocía la buena de la mala música, me explicó que tal distinción era una tontería y que únicamente había música bien y mal ejecutada, independientemente del género o periodo al que perteneciera. A partir de entonces ha aprendido a concentrarme en la ejecución lo mismo si se trata de una Aria, que, de un cuarteto de cuerdas, de un vals, una polka, un riff de guitarra eléctrica, un fara-fara, una sonora, un mariachi, o de un Blues de lo más profundo de la unión americana. Si nos fijamos bien, no es muy distinta esta respuesta a la que daba Platón a la expulsión de los poetas de su República.
Es más, la misma fórmula sirve para entender y apreciar otras artes, la pintura, por ejemplo; es cierto, no hay malas pinturas, hay pinturas que no se ejecutaron como debía ser, más que malas pinturas están mal pintadas. Hasta aquí muy bien, pero ¿cómo sabemos que están mal pintadas o mal ejecutada esa canción? La pregunta parece simple y más simple su respuesta, sin embargo, no es así. Nos damos cuenta de que algo está mal ejecutado cuando lo podemos comparar contra un canon ya establecido y aceptado por todos como eso, como parámetro, como ejemplo no únicamente de lo que debe ser una pintura bien pintada o un poema bien escrito, sino como el culmen de aquella práctica, ¿cuál es el mejor concierto, el que lo tiene todo en grado máximo? Pues contra ese se han de contrastar todos los demás, para conocer si están bien o mal ejecutados. La respuesta, cómo se entenderá, tiene la flexibilidad necesaria para no buscar un solo referente perfecto, en pintura lo mismo se acepta a Raphael que a Rembrandt o Ingres, o Botticelli, Poussin o Reynolds, en cualquiera de esos casos hay un cierto consenso universal sobre su ejemplaridad.
El problema se complica a partir del siglo XVIII en adelante, cuando se cuestiona no solo la autoridad sino la misma selección de los referentes, ¿quién y en virtud de qué los selecciona?, ¿son en verdad tan perfectos como para servir de ejemplo? Preguntas y respuestas que han dado vida al arte moderno y al contemporáneo, llevándose consigo, entre otras cosas, esa seguridad con la que se podía distinguir lo bien de lo mal ejecutado.
Hasta antes de escribir estas líneas, frente a espectáculos de danza como con el que abren estas líneas, no sabía cómo evaluarlos por no contar con ese parámetro, ese ejemplo, con el cual compararlo. Ahora me doy cuenta de que quizás eso ya no funcione y deba emprender otro camino que me permita, si aún estoy a tiempo, apreciar al arte de la danza.
Publicado originalmente por Milenio Diario
Se puede leer también en www.artes2010.wordpress.com
Imagen: Rosa María Hinojosa
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