Lo Sublime en Metinides

 

A penas estábamos terminando la sobremesa del día de las madres, cuando nos enteramos del sensible fallecimiento de Enrique Metinides (1934-2022).

 Hace mucho que concibo al siglo XVIII como el verdadero crisol de la Modernidad, fue en esos 100 años que el mundo occidental se decantó por la democracia, el libre comercio, la educación, la ciencia y la tecnología, la racionalidad y el ideal de progreso, temas o conceptos con los que aún no sabemos muy bien qué hacer o cómo sacar de ellos el mayor provecho. Una de las cuestiones que ese siglo tuvo que resolver --como casi todos los demás—fue el de la Belleza, cuyo tratamiento debería ir más allá de las teorías clásicas que la entendían, en síntesis, como la correcta y debida proporción entre las partes que componen un todo. La operación que hicieron fue hacer depender la Belleza no de las características formales del objeto, sino del sentimiento, ideas, emociones, que este, el objeto, sea capaz de provocar en el espectador; en el amplio abanico de posibilidades que se despliega a partir de estas ideas, la Belleza irá perdiendo su centralidad para ir siendo substituida por otros conceptos, en especial, en nuestro caso, por el redescubierto de la antigüedad, lo Sublime. Así pues, un objeto será Bello en la medida que sea capaz de despertar en quien lo observa el sentimiento, la sensación, la idea, de lo Sublime. 

Lo Sublime tiene una larga tradición, se encuentra por vez primera en los textos del Pseudo-Longino allá por ellos siglos I-III de nuestra era, lo retomará en el siglo XVII Nicolás Boileau (1636-1711) y volverá a ser redefinido y tener amplia aceptación en la siguiente centuria, gracias a los trabajos de Joseph Addison (1672-1719), Edumund Burke (1729-1797) y Emmanuel Kant (1724-1804). Sublime es aquella sensación que se produce, ante lo inconmensurable, lo oscuro, lo insondable, lo repentino y fugaz, lo irrepetible, el peligro inminente. El rayo que de pronto ilumina la oscura noche, la caída de agua y su estruendo, los desiertos que no tienen fin, el mar embravecido, son eventos que nos remiten a lo Sublime por rebasar, y con mucho, la dimensión humana. Pero lo que es lo Sublime del arte, es su posibilidad de ponernos frente, en medio, del huracán, de las bestias destrozando su presa, de la bala asesina, y a pesar de la emoción que esto suscita, sabernos a salvo. No es lo mismo estar físicamente en la punta de la montaña, que ver su representación pictórica, no es lo mismo encontrarte perdido en la densidad de una selva que verlo en un grabado, la montaña, la selva son Sublimes, sí, pero lo Sublime en el arte es sentir esa sensación, vivir la emoción, sentir la adrenalina correr por tu cuerpo, pero simultáneamente saber que no corres ningún peligro, que con cerrar los ojos te alejarás de la escena y volverás a encontrarte en el confort y la seguridad de la sala del museo o galería en la que te encuentres. 

Recuerdo perfectamente los comentarios de mi madre sobre el mal gusto que representaba la publicación de fotografías en la página roja, máxime cuando eran los tiempos dorados del Alarma y la Prensa, exhibidos con toda mala intención en los expendios de periódicos que había en casa esquina. Y a pesar de la intentona materna por no permitirnos ver esas fotografías, siempre hubo la oportunidad de echar un ojo; sin saberlo, estábamos conociendo la obra de Enrique Metinides. 

Acceder a las imágenes de la Primera y Segunda Guerras Mundiales, de los campos de exterminio y de tantas otras atrocidades, volvieron a enfrentarnos con las fotografías de muerte y destrucción. Luego conocimos a Weegge (Arthur H. Felling, 1899-1968), quien nos hizo entender que su trabajo tenía una extensión en México a través del quehacer del llamado niño fotógrafo (Metinides empezó a fotografiar para la prensa a la edad de 11 años). Más adelante Susan Sontag nos explicó el atractivo de este material a través de su libro Ante el dolor de los demás (2003) en el que se pregunta si no hemos perdido sensibilidad al ver tantas y tan variadas imágenes de dolor y muerte que nos asaltan cada vez más desde los medios de comunicación. 

Sin duda mucho hay de indiferencia y hasta de hartazgo ante la cantidad de imágenes de crímenes, enfermos, siniestrados, etc. conque tenemos que convivir a través de los medios y las redes sociales, pero también, y más cuando las imágenes son como las que tomó Enrique Metinides, hay algo en ellas que nos permite, por lo menos este día, sentirnos a salvo a pesar de los pesares. Imágenes sublimes que también proveen tranquilidad.

Publicado por Milenio Diario
Se puede ver también en www.artes2010.wordpress.com
Imagen: revistazocalo.com

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