La Bienal Whitney y las imágenes


 

A la memoria de Guillermo Sepúlveda (1943-2022). 
Su nombre y quehacer forman parte no solo 
de la historia del arte de esta ciudad, sino del país. 

QEPD 

No es esta ni la primera ni la última vez que regreso al tema de un artículo anterior para intentar hacerlo más claro o simplemente para explicarme mejor. Este es pues el caso y la razón por la que retomo la cuestión de la Bienal de Arte Norteamericano del museo Whitney. 

 Lo que más me sorprende de exposiciones como esta es la gran flexibilidad y versatilidad con que las imágenes se dejan trabajar. En pocas palabras, las imágenes no cambian, son las mismas que ya conocemos, los medios tampoco son distintos, óleos, acrílicos, plásticos, madera, piedra, cables, focos y leds de colores, dibujos, páginas escritas, fotografías, vídeo y hasta cine. Las acompañan, ruidos, música, efectos auditivos, diálogos, monólogos, gritos, sonidos mecánicos, digitales, silencios. ¿Qué es, por tanto, lo que nos sigue llevando a estas exposiciones?; ¿qué es lo que motiva a los productores a seguir trabajando, creando obras? A esa capacidad adaptativa, a ser siempre las mismas, pero diferentes, es a lo que yo llamo –como lo hice hace ocho días—el triunfo de la imagen. 

Dos ejemplos tomados de Tranquilo, como se mantiene, nombre que identifica esta edición de la Bienal. 06.01.2020 18.39,2022 de Alfredo Jaar es una impresionante instalación que recrea uno de los episodios de enfrentamiento entre la población civil que protestaba por el asesinato de George Floyd y las fuerzas policiacas de la ciudad de Washington, D.C., en específico el uso de gases lacrimógenos y el máximo acercamiento de helicópteros de la policía contra los manifestantes que eran arrastrados por la fuerza del viento provocada por las aspas de los helicópteros. Unas imágenes que usted posiblemente vio en más de una ocasión en noticiarios o redes sociales, es decir, se trata de una imagen periodística, documental, pero aquí en el museo, en las condiciones en que se presenta y se complementa, se transforman en otra cosa, modifican la lectura inicial de las mismas y dejan ver explícitamente la brutalidad y maldad con que se trató a los protestantes (sobre este tema regresaré en las siguientes semanas).

 Otro caso es la obra de la artista de Laos Pao Houa Su, Las flores de mi madre. Ella y su familia pertenecen a la diáspora del grupo Hmong refugiado en los Estados Unidos. Como miembro de este grupo trata de mantener su identidad empleando fotografías que le recuerdan algún pasaje de su historia o algún paisaje de su país, incluso están tomadas de pantallas de televisión que se ocupan del tema o de páginas impresas con los mismos puntos. Con todo este material levanta un gran muro de imágenes dispersas que poco o nada nos dicen individualmente o como conjunto, pero que en la perspectiva de Houa Su, son el anclaje de su memoria e historia. Dado que ninguno de estos elementos es permanente, la misma instalación estará cambiando periódicamente hasta el fin de la exposición. 

Ahora bien, nada de lo anterior es desconocido o novedoso, sí conviene recordarlo a la hora de tratar de definir cuándo una imagen es artística, cuándo hay una intención que trasciende lo meramente circunstancial o fáctico, etc. Pero más importante que eso es tratar de entender de dónde vienen todas esas imágenes, cuál es su historia, porque si podemos entender por qué un hombre abraza despernadamente a su compañera al momento en que la policía les arroja gases lacrimógenos, es porque esa imagen ya la hemos visto muchas veces antes; si entendemos por qué un florero que lleva una flor de bambú puede representar la identidad de una persona, es porque esa imagen ya la habíamos visto en otro contexto. Ver pintada, la imagen de bisonte en la pared de una cueva significaba, caza, alimento, peligro, fecundidad, traslado, etc. porque ya había sido vista con anterioridad en otra cueva o en la realidad. Es decir, la instrumentalización de las imágenes para la narración de diversos sucesos es algo que el hombre viene haciendo desde que nos bajamos del árbol. 

 Finalmente, ese uso narrativo de las imágenes, a fin de no perderse o atrofiarse, se fue acumulando, conservando en los grandes mitos de la historia, por ejemplo, en la Biblia fuente inagotable de iconografías precisas casi para cada caso. Llegado su momento y por múltiples razones, la Biblia fue substituida, en el siglo XIX, por una nueva forma de narrar que tan solo actualizó la iconografía mientras mantuvo los contenidos, me refiero a la novela y poco más adelante al cine, ambos, más ahora los medios sociales, hacen que las imágenes sigan triunfando.

Publicado en Milenio Diario
Se puede ver en www.artes2010.wordpress.com

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