Pos o Neo Verdad en la fotografía

 


Salvo el caso de la música –de la que desconozco casi todo—en las demás manifestaciones artísticas, literatura, teatro, pintura y artes visuales, arquitectura, diseño, en uno u otro momento se ha hablado de su eventual muerte, queriendo decir, simplemente, que se ha abandonado y hasta denostado el sistema tradicional y canónico que le venía dando sustento teórico y justificación a esta o aquella práctica artística, para lanzarse por nuevos –y no siempre mejores—caminos. La fotografía, por supuesto, no es la excepción y su muerte, como muchos lo han indicado –yo mismo—se encuentra en el momento en que la producción digital de imágenes representacionales se impone definitivamente a la que venía desarrollándose desde el primer cuarto del siglo XIX, es decir, a la fotografía analógica o fotoquímica. 

 Este momento de quiebre que es real, es decir que no fue inventado, sostenido o propuesto por alguna teoría o re-interpretación de textos fundacionales, producido, más bien, por la brutal producción material, se va imponiendo en el momento en que, en el campo de la política y el debate ideológico, aparecen los populismos, la derechización de los partidos políticos, y se declara, otra muerte, la del neoliberalismo. Se habla, como herramienta de comprensión de muchos de los fenómenos que se estaban dando, de conceptos como el de posverdad, que, explicado rápidamente, indica dos cosas, uno que lo importante no es la veracidad de los hechos, sino que parezca que son verdaderos; y dos, que se apela a los sentimientos que puede despertar un hecho, más que su apego a la verdad. Una tercera explicación, diría que la posverdad no es otra cosa que la elongación provocada por los nuevos medios y las redes sociales de la propaganda política.

 Ambos sucesos afectaron profundamente a la fotografía, en especial al fotoperiodismo. La gran cantidad de material disponible para la prensa proveniente, prácticamente, de cualquier ciudadano testigo o sujeto de cuanto acontecimiento se puede generar en una ciudad, volvió prescindibles y hasta obsoletos a los antiguos fotorreporteros quienes se habían jugado la vida al buscar captar y comunicar las incidencias de aquello que parecía interesar a la sociedad. Por otra parte, el desarrollo de software especializado en la manipulación de imágenes captadas digitalmente, provocó una creciente desconfianza en aquello que muestra finalmente una fotografía, pues no solamente se logra hacer que un cincuentón parezca de 20 años, o que los mangos filipinos parezcan más apetecibles, sino también que un político o personaje público aparezca en un lugar donde nunca ha estado o en compañía de personajes poco recomendables, lo mismo que disminuir o aumentar el número de víctimas de cualquier ataque terrorista, o enfrentamiento con el crimen organizado y sus consecuencias materiales. Esas fotografías alteradas, que todos reconocemos como poco fiables, tramposas, mentirosas en pocas palabras, pero que no detienen su circulación, porque a su través se pueden elaborar narrativas que exalten el lado emocional de los sucesos, sin que importe mucho si son o no verídicas, son parte importante de la expansión, aceptación y resignación de y ante la posverdad. 

Gustave LeGrey. Barco y claro de luna. 1846-47 

 En este punto, pediría detenernos para retroceder al momento en que empiezan a circular las primeras imágenes fotográficas. Quiero llamar la atención primero sobre las imágenes que Daguerre obtuvo de estantes con colecciones de fósiles, motivo que se repite en los calotipos de Fox Talbot, tomando el lugar de los fósiles objetos de cristal o cerámica. De ahí brincamos a las marinas de LeGray y finalmente a las composiciones de Oscar Rejlander. En los dos primeros casos, me parece, a través de estas imágenes sus autores exploraron las posibilidades de reproducción del nuevo medio, cómo son y qué características poseen las imágenes que les arroja la fotografía. Muy pronto caerán en cuenta que esas imágenes estaban muy lejos, más que cualquier pintura o dibujo, de la reproducción fiel de las cosas, de ahí que LeGray se sienta en libertad para crear nublados cielos en sus marinas, y ni qué decir de las composiciones de Rejlander que se entretiene sobreponiendo negativos para crear nuevas realidades. En conclusión, la revolución digital, el momento en que se da, no lleva a la fotografía a la posverdad, ya que las imágenes producto de la evolución tecnológica nunca han reproducido la fisonomía real de las cosas, en cambio, lo que ha hecho en última instancia es inventarles una nueva. En tal sentido debiéramos hablar, más bien, de la fotografía como una neo-verdad.

Publicado en Milenio Diario

Se puede ver también en www.artes2010.wordpress.com

Imágenes: blogs.ipn.edu.pe

es.wikipedia.org

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