¿Cuál es el valor del documento?
A finales del año pasado el Consejo Supremo de antigüedades de Egipto, presentó el rostro oculto de Amenhotep I, cuya momia fue descubierta junto con otras más en el famoso Valle de los Reyes en 1881. De entonces a la fecha se había decidido no desenvolverla a fin de mantener intactos los finos decorados de su máscara mortuoria y demás enseres que forman parte de su atavío. Recientemente se autorizó a que la momia fuera sometida a una tomografía computarizada, que dio como resultado conocer cómo era el faraón; a diferencia de otros casos en que sí se expusieron rostros y cuerpos desde un principio, este, prácticamente intacto, presenta, no obstante, varias intervenciones post-mortem, lo que refuerza la hipótesis de que aun en su momento, las tumbas reales fueron expoliadas por ladrones o rivales, lo que obligó a que fueran reunidas y trasladadas a un nuevo sitio secreto (el Valle de los Reyes) en donde fueron restauradas y vueltas a enterrar, hasta no ser descubiertas por los europeos en el siglo XIX.
Como fácilmente se ve, en ambos casos juega un papel de primera línea la fotografía, o si se quiere ser más exacto, la tecnología que permite obtener fotografías más precisas, nítidas, sorprendentes incluso. Son este tipo de imágenes y sus usos los que permiten hablar de la fotografía y su valor documental, más allá de estar atadas a un hecho en particular, como sería el caso de las muchas fotografías de Notre Dame de París, que han permitido, junto a esquemas, planos y dibujos, su correcta restauración luego del fuego que se desató en su interior, una mañana de abril del 2019.
El valor que estas imágenes aportan al conocimiento, en el caso de Rembrandt, de sus técnicas y procesos de pintado, los cambios sufridos por la gran tela a lo largo del tiempo; en el del faraón, de las posibles causas de su muerta, la edad en que sucedió, cómo fue tratado su cadáver, junto a qué objetos fue enterrado; y en del la catedral francesa, acerca de qué partes del edificio son las más antiguas; cuáles, en dónde y cómo han sido las adiciones para modificar el espacio interior, etc., hacen inconcebible la investigación sin su competencia, es tal la información de que nos proveen que se podría afirmar que uno era el trabajo científico antes y otro después de reconocer el valor documental de la fotografía.
En estos casos, como en muchos otros, no creo que haya quien se atreva a cuestionar este valor acusando a la fotografía de mecánica, fría e impersonal; de ser destructora del aura de las obras que reproduce, o de ser alteradas a fin de favorecer tal o cual punto de vista, de ser instrumentos de la posverdad. No obstante, si difieren y en algunos casos mucho, de otras fotografías también documentales provenientes de los orígenes mismos del medio hasta nuestros días. No debemos pasar por alto que fotografía documental también son las que Desiré de Charnay obtuvo el siglo antepasado de las ruinas mayas en Yucatán, las de la Guerra Civil Española, en el XX, de Capa, o las del asalto al capitolio estadounidense el año pasado. En estos últimos casos, el haber sido obtenidas no fue para apoyar una investigación científica sino, precisamente, para documentar un hecho, un suceso, es por ello por lo que se puede decir que fue un interés ideológico el que movió a sus autores a buscar y sacar estas fotografías, que sí pueden, en consecuencia, ser acusadas de cuanto mal se nos ocurra. Y ni modo de argumentar que el conocimiento que nos aportan unas y otras es, en unos casos, más valioso que en otros.
Una cosa, me parece, es clara. El empleo documental de una imagen, de una fotografía, recorre una franja bastante ancha de valor, de la intención clara y precisa de darle inicialmente ese y no otro uso, las imágenes científicas por ejemplo, hasta el snapshot, que como en la película de Antonioni, puede revelar, sin quererlo, un asesinato.
Publicado en Milenio Diario
Se puede ver también en www.artes2010.wordpress.com
Imágenes; ca.wikipedia.org
france24.com
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