De compras, ventas y fotógrafos
Galería Blanca en Berlín |
Este es un buen punto para empezar a abordar el tema. Se nos olvida que la fotografía que observamos en pantalla o impresa en libros, tarjetas, periódicos, carteles, espectaculares, etc. no son más que la punta del iceberg que es lo que nos resulta más visible, pero debajo de ellas existe una enorme maquinaria industrial que lo mismo provee de películas, chips, tarjetas de memoria, programas de diseño, impresoras, papeles, tintas, plotters, scanner, tripies y otros soportes, mochilas, artículos de limpieza, cursos especializados de capacitación etc., etc. y por supuesto todo tipo de cámaras y lentes desde los básicos hasta los profesionales. Esta industria sobrevive, no gracias a los fotógrafos de arte o artistas visuales, sino que da servicio a toda la inmensa gama de prestadores de servicios, incluidos fotógrafos independientes, desde los que buscan expresarse simbólicamente hasta los llamados taloneros, sin olvidar al que fuera el amplio contingente de fotoreporteros. Cada una de estas instancias tiene necesidad de promocionar sus artículos y/o servicios, por lo que no sorprende que, en ocasiones, busquen a los propios fotógrafos (de acuerdo con el perfil de lo que estén promocionando) para que participen en sus campañas publicitarias, tal y como sucedió con la exhibición de Verónica Mar. Lo importante en todo caso es no perder de vista que unos y otros se necesitan mutuamente para poder funcionar correctamente.
Otra parte de la promoción, en lo que se refiere a las exposiciones, corre a cargo de las oficinas públicas creadas para tal efecto, así como para la capacitación y preparación de los fotógrafos, que en realidad su objetivo más que los productos que crean posteriormente; el darlos a conocer, ponerlos en circulación e incluso venderlos, lo dejan, comúnmente, a la iniciativa privada, concretamente a lo que conocemos como galerías, punto de arranque para la conformación de un mercado, es decir de la compra y venta, en nuestro caso, de fotografías entendidas como objetos, como mercancía.
En su forma más simplificada funcionaría más o menos así: Un fotógrafo, lleva su trabajo a una galería, esta se encarga de darlo a conocer y venderlo, cobra una parte proporcional por el servicio y el resto se lo entrega al autor. Aunque aparentemente así es, nada más lejos de la realidad en cuanto a la complejidad que este esquema llega a adquirir, pensemos, por ejemplo, en que para que así fueran las cosas, debe existir una demanda, compradores dispuestos a pagar una cantidad X por esa fotografía, cosa que por desgracia no existe o, más bien, existe de manera acotada.
Olvidemos por un momento lo relativo a costos, lo que el fotógrafo pide por su trabajo, lo que el galerista busca ganar, y el costo con que sale al mercado, y concentrémonos en los compradores. A pesar de los casi 200 años que tenemos de la difusión de la fotografía, aún pesan sobre ella muchos prejuicios que no se ha podido sacudir. Cada vez menos, pero aún hay una amplia capa del público, incluidos los posibles compradores, que sospechan infantilmente de la fotografía por la explícita participación de una máquina en su creación. El soporte papel también pareciera que la hace menos atractiva a los ojos de los compradores, quizás pensando que durará menos tiempo, cuando puede ser exactamente lo contrario. Por último, la capacidad de repetición es otro de esos prejuicios que van en contra de la fotografía.
La amplitud del tema y su importancia me lleva a dedicar una segunda parte al mismo la próxima semana.
Publicado en Milenio Diario
Se puede ver en www.artes2010.wordpress.com
Imagen: workshopexperiencie.com
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