Otras formas de ser contemporáneo


 

En mayo del 2010 se abrió al público en Estocolmo, Suecia, Fotografiska institución formada por los hermanos Jan y Per Broman, para la promoción de la fotografía. En estos once años que nos separan de su nacimiento han abierto tres importantes sucursales, en Talin, (Estonia), en Berlín, y a partir del 2019 en Nueva York. Allí, ocupa cinco pisos de un edificio histórico (Chuch Mission House) restaurado para el efecto en la exclusiva zona conocida como Flat Iron, cinco pisos de fotografía que expande la mente, según su propia publicidad.

 Fotografiska ofrece –siempre según ellos—una experiencia de museo para un mundo moderno, negando de inmediato ser un museo ya que no cuentan con una colección permanente, pero tampoco son una galería ya que no venden nada de lo expuesto, más bien pretenden ser un espacio que presenta fotografía de clase mundial en torno a la cual se da una suerte de hedonismo ya que también se promueve un restaurant-bar de cinco estrellas, y reuniones con una amplia variedad de temas, la fotografía en todo caso, como afirman, en un instrumento de inclusión y libertad de expresión, que es la finalidad última de la institución. 

En este ambiente que no deja de ser bastante snob (de hecho todas las salas de exhibición se mantienen con luz muy baja, solo la necesaria para destacar las piezas que se exponen, esto para lograr, una mayor intimidad con la obra y privilegiar el diálogo personal) destinado más a la vivencia que a la apreciación de la fotografía, presenta una extraordinaria muestra del fotógrafo británico Miles Aldridge (1964) de 1999 al 2020 dividida en tres grandes grupos Virgin Mary, Supermarkets y Pop-Corn (de hecho todo lo expuesto en este momento es de calidad indiscutible). 



Aldridge, quien además es un buen dibujante, es mejor conocido por sus trabajos en revistas como Vogue, Harper’s Bazar, New York Times Magazine, New Yorker, etc. Tanto en sus entregas comerciales, como en las personales se destaca por su combinación entre la historia del arte, las manifestaciones gráficas populares y sus constantes referencias al cine negro, lo que le da un aire cinematográfico a buena parte de su obra. Hace quince días hablé de las transformaciones que ha venido teniendo no tanto la forma como el contenido de la fotografía. La llamada fotografía contemporánea tiene poco interés por los aspectos técnicos, así como por el uso de un lenguaje exclusivamente fotográfico, y, entre otros, por las narrativas que van implícitas en las imágenes, las que se crean a partir de imágenes; ha sustituido estas características para convertir cualquier imagen en un contenido digno de atención, retornando con ello al sortilegio de Duchamp: el arte está en el ojo del artista.

 Aunque quizás no le dije con mayor énfasis, ya desde entonces, mencioné también que este nuevo tipo de fotografía convive, casi sin conflicto, con otro tipo de imágenes, desde las históricas, hasta la plétora que nos llega del mundo digital. Son trabajos como el que se exhibe de Miles Aldrige, los que recuperan lo mejor de la traición fotográfica, la exploran, le incorporan otras fuentes y las transforman en obras plenamente contemporáneas, tanto como con las demás con que conviven. 

Cada fotografía de Aldrige, por lo menos las que se exponen en Fotografiska, está cuidadosamente montada, inteligentemente ambientada y representada con los colores más puros, brillantes y chillones que cada escena parece demandar no sólo para exhibir un suceso en el súper mercado, por ejemplo, sino que, al mismo tiempo y precisamente por lo estridente de los colores empleados, por el histrionismo que exige a sus modelos, por el manejo del tema en sí, la imagen acaba por convertirse en su propia crítica. 



Según mi apreciación, sólo hay un caso en que varía esta fórmula, pero obtiene otros logros al hacerlo. Me refiero a la serie Virgin Mary. En más de una ocasión se ha señalado el carácter erótico con que muchas escenas y personajes religiosos han sido representados, pero al imponerse una lectura puramente religiosa o ideológica, se logra, aún sea sólo superficialmente, des-erotizar dichas representaciones. En este caso lo que ha hecho Aldridge es seguir el camino opuesto, e ir de lo religioso a lo erótico, des-ideologizar estas imágenes para llegar a su representación meramente erótica. Así pues, ha logrado capturar una serie de Inmaculadas en las que se respeta el rigor de la iconografía tradicional (manto, nimbo, pose, etc.), pero bajo una lectura que no es religiosa sino simplemente humana. Hermosas creaciones que, efectivamente, sólo puede ofrecer la fotografía contemporánea.

Publicado en Milenio Diario
Se puede leer también en www.artes2010.wordpress.com

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