Lo que vemos II

Jacarandas, 2021

 

Antes de entrar en materia no puedo dejar de mencionar que por fin alguien se apiado de nuestros monumentos públicos y ya les están dando mantenimiento, por lo menos a una de las esculturas que se ubican a lo largo del Río, y al Arco de la Independencia. Ojalá se convierta en un programa permanente que lo acoja el nuevo gobierno. 

 La semana anterior terminé esta columna diciendo que: “Lo complicado es que, en ningún caso, por más verosimilitud que se haya alcanzado, lo que vemos en la tela, en el papel, en el bronce o el mármol, representa lo que en verdad vemos.” Me explico: son tantas las limitantes a las que se enfrentan las reproducciones –cualquiera que sea esta—desde dimensiones, color, movimiento, volumen, hasta el implicarnos físicamente (por ejemplo, por más real que se vea el Mr. White de Xavier Guadarrama, nos podemos poner de espaldas a él sin temor alguno pues sabemos que de ahí, de la tela, jamás saltará hacia ningún lado) que se podría re-escribir la historia del arte occidental como una constante carrera por superar tales limitaciones de acuerdo al espíritu de la época (el siglo XIV no podría haber pensado el cine, pero sí el espacio); yo diría que, de hecho, ese ha sido el principal objetivo de lo que llamamos arte, sobretodo después de la desaparición del Ancien Régime o, en otras palabras, a partir de que se impuso la concepción burguesa del mundo. 

 Un excelente ejemplo del grado de especialización y de habilidades desarrolladas para alcanzar, dentro de un cierto tipo de pintura, el máximo de verosimilitud es, precisamente la obra de Guadarrama que se expone en la Galería Drexel. Al verlas, la primera impresión que uno tiene es que efectivamente se encuentra bajo una enramada de Jacarandas en flor, a la orilla de alguna playa del caribe, o simplemente dejando que se pierda nuestra vista en la inmensidad del mar azul. Esta primera visión se va modificando según las seguimos observando; por ejemplo, pronto nos damos cuenta de que esa primera impresión se modifica según nos acerquemos o separemos de la pintura hasta encontrar un sitio, una distancia ideal, desde la cual observarlas y, efectivamente, “sentir”, “vivir” que estamos frente a esos dobles de las cosas naturales. 

 Los muy observadores notarán que las cosas, los objetos, que se reproducen sobre la línea del horizonte o hacia cualquiera de sus extremos van perdiendo nitidez, siendo ese “defecto de visión” lo que acentúa su credibilidad. El efecto no está tomado de la fotografía, como pudiera creerse gracias a su capacidad selectiva de enfoques, así mientras más nítido es el primer plano se va perdiendo foco conforme nos alejamos de ese primer plano, siendo esta capacidad más parecida a lo que sucede con nuestra visión. Pero resulta que, en ninguna fotografía de paisaje, de Gustave Le Gray a Andreas Gursky pasando por Roberto Ortiz Giacomán o Alfredo de Stefano, presentan tal aberración, en sus paisajes todo, todo, se mira con nitidez (lo que las hace más artificiales) y a menos que sea otra la intención del fotógrafo, ningún paisaje fotográfico será semejante a las pinturas de Guadarrama. 

 Si no es entonces la fotografía a lo que sigue nuestro pintor ¿qué es lo que lo guía para crear estos dobles? La explicación que aquí ofrezco de ninguna manera quiere decir que así, en efecto, piense y actúe Guadarrama, podría ser que lo que aquí diga es algo en lo que jamás había pensado, etc., es, por tanto, mi explicación y por ella y sólo por ella, me responsabilizo. 

 Xavier sigue al pie de la letra el tratado de la pintura de Da Vinci (inexistente), en especial cuando habla de que en la pintura de paisaje deben ocurrir tres menguas para que sea efectiva y han de aplicarse según sea el área de la tela o respaldo que se esté pintando. Estas tres perdidas, según Da Vinci, son la del tamaño, la del color y la de la nitidez, es decir, conforme estén más lejos los objetos de los observadores, estos se verán más pequeños, con poco color (se verán grises o pardos) y sin nitidez o claramente definidas sus formas. Estas tres mermas o menguas sí corresponden a la visión humana. Lo mismo puede decirse respecto a la perdida de nitidez hacia los extremos, nuestra visión, aunque estereoscópica no alcanza los 180 grados, de ahí que no veamos claramente lo que está en los extremos. 

Así pues, la pintura de Guadarrama le debe más a la propia tradición de la pintura figurativa, a su inteligencia, experiencia visual y capacidad manual que a cualquier otra influencia. Digamos que a final de cuentas ha resultados ser un destacado mentiroso que a pesar de exponer con toda claridad su engaño, le seguimos agradeciendo el que lo haga cada vez mejor.

Publicado en Milenio Diario
Se puede ver también en www.artes2010.wordpress.com

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