Lo que vemos I
Arrecife Turquesa, 2021
A pesar de que cada época encuentre en la pintura, como en la fotografía y en todas las artes, distintos valores que festejar, en el caso de la pintura hay una tendencia que, a pesar de los pesares, la mantiene a la cabeza del gusto, y de estos, en especial, a la que se ha dado en llamar realista –en oposición a lo abstracto— o naturalista. La pregunta lógica es a qué se debe este gusto cuando todos sabemos que lo que vemos en una tela, un bronce o mármol es falso, en el sentido de no vemos árboles, personas o cosas, como los que vemos fuera de los museos o de las galerías, lo que vemos entonces es la representación gráfica –visual—de esas cosas, vemos digámoslo así, a sus dobles virtuales. Este gusto por los dobles se ajusta a todo tipo de discurso y manera de narrarlo (contenidos), y, por último, no nació de un momento para otro, sino que ha venido desarrollándose a través del tiempo con diferentes acentos, justificaciones y detractores.
La idea de que era tarea exclusiva de las artes plásticas la creación de tales dobles se vio reforzada con la aparición de la fotografía, la posterior condena o confrontación entre estos medios, no fue porque uno, el más nuevo, substituyera, al anterior, a la pintura, sino por una cuestión de verosimilitud, cuál de los dos era capaz de crear al mejor, al más verosímil, doble posible de la realidad visual.
Una aclaración necesaria. La fotografía a pesar de sus avances y público creciente se ha quedado atrás en esta carrera pues aun carga con el sambenito de que en su creación no interviene la mano humana, que es más bien producto mecánico y del automatismo. Luego entonces que el doble sea hecho “a mano” es una de las variables a tomar en cuenta al momento de juzgar su capacidad mimética.
En Mimesis, las imágenes y las cosas (1987) Valeriano Bozal, explica cómo es que el mismo concepto de mímesis ha variado a través del tiempo. Mímesis es el proceso, el medio, la trampa, a través de la cual un objeto al tomar ciertas características de otro (digamos su ropaje) se hace pasar por aquel, su finalidad, es hacer que tal substitución sea efectiva y creamos que uno y otro objeto son, si no idénticos, si similares, entre más lo sean, mucho mejor es el resultado, es decir la confusión entre uno y otro. Cada sociedad, cada grupo, define cuáles han de ser esas características con las que un objeto puede substituir, ser el doble, de otro. Por ejemplo, nos dice Bozal, en la antigüedad durante las fiestas agrarias bastaba con que los participantes asumieran la conducta de algún animal o vegetal para transformarse en él y los demás lo vivieran como al animal mismo. Igual sucedía con los Menhires neolíticos que son dobles del muerto, se convierten en tal al encontrar en estas enormes piedras las mismas cualidades que en los fallecidos, inmóviles, inertes, estériles, fríos. Tales características bastaban para tomar a la piedra por el doble del muerto. Luego entonces el problema de la mímesis se resuelve no por el parecido físico de las cosas sino por la capacidad de reproducir las características que el grupo, en un momento dado, considera las importantes para establecer el parecido. Solución que se complica con la aparición de la fotografía.
A partir de ese momento fotografía y pintura se propusieron crear el mejor doble posible; a pesar de ello la pintura, por su tradición y prestigio, decidió volverse legaliforme, esto es, definir por sí misma cuáles sería las formas más adecuadas para continuar informando sobre la realidad según el concepto que cada corriente, escuela o movimiento, fuera definiendo como tal. En cambio, la fotografía ha ido añadiendo a su arsenal mimético características que la acercan más a la verosimilitud o capacidad de ser doble de la realidad visual (color, movimiento, nitidez, hasta llegar a la tridimensionalidad).
Hasta aquí pareciera resuelto, más o menos, el problema de la prevalencia del arte realista: nos gusta, al igual que la fotografía, porque nos ponen frente a dobles verosímiles de la realidad visual. Lo complicado es que, en ningún caso, por más verosimilitud que se haya alcanzado, lo que vemos en la tela, en el papel, en el bronce o el mármol, representa lo que en verdad vemos.
Publicado en Milenio Diario
Se puede ver también en www.artes2010.wordpress.com
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