¿Aún se puede evaluar?
Si comparamos el
status que guardaba la fotografía, digamos hace un siglo, con el de hoy en día,
resultaría por completo distinto, e incluso, hasta podría parecer que hablamos
de dos prácticas totalmente distintas (aquí haré referencia a la fotografía
independientemente de su origen, analógico o digital, a menos que así se
indique). Aunque algo similar ha sucedido con todas las prácticas artísticas,
me parece que el caso de la fotografía es espectacular, aunque también más
complejo y ambiguo.
La figura de quien practicaba la
fotografía a lo largo del siglo XX evolucionó poco, del fotógrafo viajero, al
de estudio, al reportero gráfico y su variante el corresponsal de guerra, al
empleado por las casas de moda y de publicidad, en órganos políticos, el
independiente o free-lance, el aficionado. En cada uno de estos casos se
encuentran representantes destacados que con su trabajo fueron creando las
cotas de calidad (técnica, temática, formal, simbólica) a través de las cuales
se fueron formando y definiendo los criterios de evaluación que posibilitan
distinguir la calidad inter e intra prácticas, al tiempo que hicieron posible,
al lado de otras fuerzas, la aparición de un género, bien podría decirse
inédito hasta después de la segunda mitad del siglo, la fotografía de arte.
La creación y aceptación de un
canon, insisto, basado en la práctica misma de la fotografía, permitió, además,
la sistematización de su enseñanza, dejando de ser oficio para ser profesión;
un desarrollo tecnológico en constante superación (cámaras, lentes, películas, etc.);
y un incipiente mercado que desde entonces no ha dejado de crecer (influye en
esto que el prejuicio que se tenía sobre los ejemplares múltiples que
supuestamente demeritaban el valor de la obra ha ido cediendo, al grado de que
hoy día ha dejado de ser común ver al calce de una fotografía su seriación).
Hace un siglo dedicarse a la
fotografía, como a la pintura o la escritura, hacía dudar de la salud de tal
decisión y su futuro económico (mucho peor en el caso de las mujeres),
situación que daba lugar, por otro lado, a diferenciar a quienes de manera
amateur cultivaban su práctica, de quienes pretendía vivir de ella. Tal
exigencia –vivir de la fotografía—provocó que quienes la practicaban se
concentrarán mas en el trabajo pagado, pero al mismo tiempo hizo, por un lado,
que se elevaran los niveles de calidad intergénero, y por otro, que por esa
misma concentración fuera posible distinguir en esas prácticas trabajos más personales,
más “artísticos” que técnicos.
Se ha hecho lugar común decir que
vivimos una sobresaturación de imágenes y señalar a la tecnología digital
aplicada a su producción como la responsable de esta situación, sin embargo,
pocas veces hablamos de los cambios que en su práctica también ha habido. Más
allá de apuntar cómo es que esta transformación puso en manos de todos la
posibilidad de generar imágenes (lo que, a su vez, hace que la iconósfera se
expanda ilimitadamente), no exploramos ninguna otra. Una de las más serias, creo,
es la desaparición, de hecho, de los fundamentos o criterios de evaluación, de
reconocimiento de la calidad, con que habíamos funcionado hasta fines del siglo
pasado.
En este momento no hay nadie que sea
capaz de ver todo lo que, a nivel imagen (sea cual sea su origen), se produce,
ni siquiera dentro de un solo género por más especializado que este fuera. Tan
pronto se distingue una imagen cuando se cae en cuenta que hay otras diez
multiplicadas por cien o mil, ¿cómo entonces saber cuál es la de calidad? Me
parece que en estas circunstancias es imposible seguir evaluando con el mismo canon,
o renunciamos a cualquier pretensión de universalidad y aceptamos vivir en un
mundo de singularidades temporales, casi inmediatas, o vamos acordando otro
tipo de normatividad que nos vuelva a servir de baremo para distinguir las
imágenes de calidad.
Publicado en Milenio Diario
Se puede ver también en www.artes2010.wordpress.com
Imagen: https://elpais.com
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