Sobre la ubicuidad de las imágenes
Si hacemos un
rápido recuento de qué fotografías fueron las que generamos y/o compartieron
con nosotros esta temporada de fiestas decembrinas (con su conclusión el pasado
fin de semana), nos encontraremos en primer lugar (exceptúo de esta revisión a
los Selfies, los mayores
contaminantes, pero que por su naturaleza merecen cuestionamiento aparte), y
por mucho, todas aquellas que conservan las diferentes actividades que nos
ocuparon los días pasados, es decir, las de las distintas celebraciones que
compartimos con la familia y/o los amigos, desde las pre-posadas, hasta el
corte de la Rosca de Reyes, imágenes que se multiplican si hay niños pequeños,
pues entonces pasan a ocupar un lugar relevante al ser retratados con los
regalos que les tocó disfrutar. Les siguen las que retratan paisajes naturales
o urbanos, o sea las que tomamos o tomaron si es que se aprovecharon estos días
para viajar; una variante importante de ellas, son en las que aparece uno o
varios miembros de la familia o amigos con que se viajó. Cuando hablamos de la
contaminación o sobresaturación de imágenes que padecemos, deberíamos reparar
en que son las de este tipo una de sus principales causas, una actividad
aparentemente inocua o inocente como lo es el que querer tener un recuerdo de
esos momentos, se convierte en una amenaza al aumentar sin límite la cantidad
de imágenes que literalmente nos ahogan.
Aunque sea verdad que esta situación
en mucho se la debemos a la explosión de las imágenes digitales, también lo es
que ya desde que prevalecía el mundo analógico, la situación era similar y no
digo idéntica simplemente por que no se pueden comparar las cantidades que se
generan de estas imágenes en uno y otro momento de la historia.
Estoy convencido de que el primer
género fotográfico que apareció fue el paisaje –lo mismo urbano que
natural—seguido muy de cerca por la naturaleza muerta y de manera muy
destacada, por el retrato, los tres herencia y deudores de la pintura. Si nos
fijamos bien los primeros retratos que tenemos son más parecidos a los
pictóricos que a los que se desarrollarán después, incluso lo retratos de grupo
siempre son formales muy lejos de cualquier espontaneidad, lo que se puede
extender hasta los retratos costumbristas o de oficios, la mayoría de ellos
escenificados en el estudio del fotógrafo.
No es sino hasta que aparecen
cámaras más pequeñas y fáciles de emplear, con películas más rápidas, que el
ciudadano promedio se va adueñando de ellas y empieza a manipularlas para la
recreación de su forma de vida, esencialmente para perpetuar aquellos momentos
o actividades que considera son dignos de compartirse en el ahora y en lo
futuro: bodas, nacimientos, cumpleaños, navidad, funerales, día de los
enamorados, etc. Son estas imágenes, que empiezan a multiplicarse por miles,
las que irán ensanchando sin sentido la iconósfera que nos toco vivir y con
ello empezar a conquistar lo que parecía imposible, volverse ubicuas, lo que se
logra cabalmente con la imagen digital o numérica.
A manera de conclusión, un par de
reflexiones. La primera de ellas parece indicarnos que el destino de la imagen,
sobretodo de la fotomecánica en adelante, era ir ocupando más y más espacios
hasta llegar al estado de sobresaturación en el que se encuentra actualmente,
es decir, por su naturaleza es imposible pensar que tuviera otra historia que
no fuera la de su acumulación continua. Y dos, han sido los cambios
tecnológicos, principalmente, los que han servido de plataforma para el crecimiento
exponencial de las imágenes con base fotoquímica, primero, como se ha dicho,
con la aparición de cámaras como las de 35 mm., después con la difusión de las
imágenes digitales. Cada uno de estos cambios ha llevado a poner más y más
cerca del ciudadano común, una herramienta que le permite por medio de imágenes
recrearse y recrear al mundo que lo rodea, ¿con tanta facilidad, como no tener
un medio sobreexplotado?
Publicado en Milenio Diario
Se puede ver también en www.artes2010.wordpress.com
Imagen: es.123rf.com
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