Un día (sin) lluvia
Amenazado por la
lluvia y por las consecuencias que ésta había tenido en el primer cuadro de la
ciudad, me frené este domingo y me perdí la exposición al aire libre Árido/Cálido, sólo para ver, más tarde,
que ni una gota de agua cayó en todo el día. Así que, sin falta, prometo ir en
estos días para comentarla la siguiente semana.
Por lo pronto hay tres temas que por
su pertinencia bien vale la pena tratarlos en este momento. El primero es,
obviamente, el 2 de octubre que no se olvida. Tras cincuenta años de uso
irrestricto, de ser enarbolado en campañas políticas o lo mismo da cuando no
las hay, por líderes de la derecha, de la izquierda, del centro o de cualquier
tendencia que tenga necesidad de echar mano de un hecho vergonzoso para
denunciar, criticar, enjuiciar al otro, así tenga o no que ver con aquello, empiezo
a dudar si es que significa algo sobretodo para las generaciones más jóvenes.
Por mi parte, creo que debemos
seguir recordando el 2 de octubre, porque probablemente sea el acontecimiento
más relevante de nuestra historia contemporánea, un auténtico parteaguas entre
el México surgido de la Revolución del ‘10 y el México de nuestros días. Desde
el punto de vista de las actividades simbólicas, de la cultura pues, el
Movimiento Estudiantil del `68, en México, como en el resto del mundo, en
especial en los países que tuvieron sucesos como el nuestro, significó el
rompimiento de los viejos moldes de comportamiento, creación, juicio e incluso
gusto, una etapa decisiva en la lucha por el reconocimiento a la paridad de
géneros y de la inclusión de otras formas de vida; creo que si hubiera una
palabra que resumiera lo que se ganó a partir de entonces, esta sería nuevas
cotas de libertad. Si hoy en día podemos gozar de una libertad casi irrestricta
en los terrenos de la cultura y la opinión pública, sin duda se lo debemos a
esos movimientos, es por eso, entre otras tantas cosas, que no podemos dejar de
recordar este día, que hasta para eso se necesita contar con esa libertad que
en ese entonces sólo se concebía como una utopía más.
Ya que hacemos mención de las
consecuencias que el ’68 tuvo en la cultura de este país, pasemos a comentar
nuestro siguiente tema. Por lo menos desde que tengo consciencia de la política
que se ejerce y cómo se ejerce en México, no recuerdo que se haya discutido
públicamente el nombramiento de este o aquel responsable (persona o partido) de
la Comisión de Cultura en la Cámara de Diputados, sí en cambio el de quien podía
dirigir el INBA, el INAH y/o más recientemente el CONACULTA, y aun en estos casos
no recuerdo que se haya removido del cargo a alguno de ellos cediendo a la
presión pública. ¿Por qué, entonces, se ha vuelto un tema tan socorrido
últimamente? Porque podrían estar en riesgo esos logros que, al menos en el
terreno de la creación simbólica, se han ganado, y están en peligro por los
dudosos antecedentes y declaraciones públicas que han hecho los que ahora
pretenden ser cabeza de esa comisión, la cual es importante porque de ella
dependen muchos de los recursos que la federación destina a estas actividades.
Y si los recursos siempre han sido magros y han estado castigados, ¿qué se
podría esperar cuando su destino y distribución están en manos de quienes,
precisamente, han cuestionado los logros alcanzados? Hago notar que el mismo
debate, este debate, es posible gracias a lo que social y culturalmente se
logró a partir del `68, sin aquel movimiento, hoy, simplemente, no estaríamos
discutiendo este tema y menos en las páginas de un diario.
Tercer y último tema. Con respecto a
la polémica de los nuevos museos en San Pedro, se han tratado de justificar
diciendo que lo que ahí se expondrá está valuado o simplemente vale millones de
dólares. Se trata de la triste confusión entre el valor monetario de las cosas
y su valor artístico, estético, simbólico, cultural o como se le quiera llamar.
Generalmente se tiende a pensar que entre más cuesta una cosa, mayor será su
valor, digamos, artístico, y, al contrario, si no cuesta mucho o es gratuito,
no tiene ningún chiste o relevancia.
Tales creencias tiene su origen, me
parece, en dos aspectos, uno la existencia de un mercado para este tipo de
obras, que comparte, con otros mercados, entre otros aspectos, los efectos de
la especulación; y, dos, factores asociados a ciertas piezas que nada tienen
que ver con ellas, su manufactura o significado estético y sociohistórico, como
pudiera ser quién o quiénes son o han sido los que poseyeron este o aquel otro
objeto, es decir, su prestigio social, que para una sociedad clasista es un
valor muy importante.
Ninguna de estas dos variables puede
ser reversible, ni se cambiará o reformará el mercado (que además es
necesario), ni el prestigio social dejará de ser una motivación importante a la
hora de adquirir una obra. Lo que sí se puede hacer es no dejar pasar
oportunidad alguna para intentar explicar estas cosas, para que la gente cobre consciencia
de lo que se le esté diciendo y tome la mejor decisión, posibilidad que, por
cierto, también se la debemos a los logros del movimiento del ’68.
Publicado en Milenio Diario
Se puede ver también en www.artes2010.wordpress.com
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