La semana
anterior, al hablar de las razones que nos empujan a guardar, y dado el caso, a
restaurar fotografías antiguas, dije se debe a la necesidad de mantener
vigentes los lazos que nos unen al pasado y que son indispensables para nuestra
proyección al futuro, para el diseño de cómo queremos y nos gustaría fueran los
días por venir.
A pesar de ello y
por contradictorio que pudiera parecer, en ese mismo presente se puede generar
el movimiento opuesto, es decir, la eliminación, de todo aquello que una o
ligue a los orígenes, a la memoria individual y/o de grupo. Entonces no sólo no
se conservan, al igual que otras cosas, las fotografías antiguas, sino que son
deliberadamente destruidas, rompiendo así cualquier relación con el pasado.
La función ordenada y sistemática de
guardar los rastros del pasado (no sólo imágenes fotográficas, sino cualquier
tipo de documento u objeto) es una de las más importantes en el quehacer histórico,
y generalmente cae dentro de lo que es la archivística o el coleccionismo
especializado. En ambos casos, marcan la diferencia con lo que usted o yo
podemos guardar, en tanto ordenan el material cronológicamente y forma parte de
un discurso histórico que se re-elabora permanentemente.
Gracias a la institucionalización de
estos archivos, colecciones, acervos y/o fondos, es posible conocer y continuar
con el estudio e investigación de la historia tanto del medio –de la
fotografía, por ejemplo—como del lugar y momento en el que se generó. En
nuestro país, gracias a las muchas fototecas que hay, a la Fototeca Nacional, y
a uno de sus más famosos archivos, el Casasola, el periodo de la Revolución
Mexicana, años antes, años después, es uno de los más estudiados y conocidos en
cuanto a personajes, acciones y equipo militar, sitios de batalla, ejércitos y
demás fuerzas contendientes, políticos, actos públicos, ceremonias, vida
cotidiana de las tropas, ejecuciones, ciudades y poblados, comercio, el papel
de las mujeres, la pacificación, etc., Ha sido por esas fotografías que incluso
se han podido precisar y corregir datos, fechas y otros detalles de
acontecimientos que se creían ya totalmente conocidos (recuerdo en particular
una extraordinaria exposición en el Museo de Historia Mexicana, precisamente
sobre cómo la fotografía de la Revolución ha servido para completar o corregir
lo que muchas veces los documentos escritos recogen deficientemente o de manera
incompleta).
Por desgracia no contamos con
fotografías de lo que fue la gesta de Independencia (la fotografía llegará a
nuestro país entre 1839-41), es decir unos 20 años después de haber concluido.
Con lo que sí contamos, y en buen número, es con fotografías provenientes de la
muy movida y cambiante segunda mitad del siglo XIX, empezando, por ejemplo, con
las fotografías del Segundo Imperio, Maximiliano y Carlota, su corte en México
y de su corto y penoso paso por nuestro país. Como sabemos, incluso, trajo
consigo su propio fotógrafo, François Aubert. Un poco antes, otro francés,
siguiendo los pasos de los norteamericanos Stephens y Catherwood, Desiré
Charnay, presentará al mundo las primeras fotografías de lo que fue una de las
grandes civilizaciones del México antiguo, la Maya.
La presencia de estos y algunos otros
fotógrafos, los llamados viajeros, influyó definitivamente para que el medio
echara raíces en nuestro país y favoreciera su posterior desarrollo y
fortalecimiento. Lo más interesante de este desarrollo fue que no se limitó a
la Ciudad de México por lo que es posible encontrar ejemplos más que
significativos de la fotografía nacional en casi todos los estados, cito a
manera de muestra a Romualdo García, quien trabajó en el Bajío entre siglos y a
Sotero Constantino Jiménez en Juchitán, Oaxaca, durante las décadas de los ‘30
y ‘40. El sólo estudio del trabajo que ambos realizaron nos permitiría
comprender cómo se fue dando la vida cotidiana lejos de la capital, cómo se
formaron sus clases sociales y cuáles eran sus expectativas, cuál el rol y
papel de las mujeres, los niños y los ancianos, cuáles las costumbres, las
tradiciones, las festividades, la indumentaria de trabajo y la de gala, y un
largo etcétera que la fotografía nos aporta para el entendimiento y comprensión
de la historia cultural de nuestro país.
Por absurdo que parezca y a pesar del
conocimiento que tenemos de la historia de la fotografía en México, no conozco
ningún estudio, individual o de grupo, que esboce, trace o incluso
equivocadamente afirme, cuál ja sido esta historia. Claro que ahí esta la
famosa Fuga Mexicana (1994), de
Olivier Drebroise y antes el catálogo de la exposición Imagen Histórica de la Fotografía en México (1978) de Eugenia
Meyer, y más recientemente el México a
través de la fotografía (1839-2010) de AA.VV (2014) y, por ahí, un par más
de textos que pudieran cumplir esa función. Curioso que no se haya abordado
esta tarea, aunque para ser justos es de tal envergadura que quizás sea
imposible llevarla a cabo correctamente, como cualquier otra historia que se
pretenda general.
Publicado originalmente por Milenio Diario
Se puede ver también en www.artes2010.wordpress.com
Imágenes https://tukaaxkan.wordpress.com
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