La gracia de los retratos antiguos
Aunque es
probable que se trate de una práctica que va cayendo en el olvido, la costumbre
de guardar fotos antiguas, en especial las familiares, de amistades cercanas,
de acontecimientos como nacimientos, bodas, cumpleaños, etc., tiene o tuvo más de
una motivación. Si tratándose de sucesos familiares habrá hoy día quien cuestione
el valor de conservarlos, mucho más sucede cuando esas imágenes que nos llegan
del pasado no sólo carecen de aun autor ya no digamos reconocido sino
simplemente no anónimo, sino que desconocemos casi todo lo que aparece ahí,
desde los personajes, hasta los sitios y las razones, más allá de lo obvio, de
porqué se fotografió.
Toda fotografía antigua tiene un
especial interés y atractivo, pero parece ser que son los retratos, en
particular, los que ganan los mayores aplausos, quizás por ser ellos los que
con mayor insistencia nos hablan del paso del tiempo y de la constante
transformación de la vida. Uno mismo se sorprenderse al ver alguna fotografía
de cuando era niño, muchas veces pareciera que contemplamos a otra persona. Así
pues, a diferencia del paisaje, rural y urbano, de las fotografías de viaje, de
objetos y un sinnúmero de curiosidades inanimadas, que pueden permanecer
inmutables o que el tiempo parece no pasar por ellas, los retratos están ahí,
como si de mementos mori se tratara,
para recordarnos nuestra mísera mortalidad.
Sabemos que el 18 de noviembre de
1933 en la Sala de Arte de la Secretaría de Educación Publica se inauguró la
exposición Fotografía. Retrospectiva
siglo XIX, la primera muestra oficial de fotografía histórica en nuestro
país. En ese momento la galería era dirigida por Gabriel Fernández Ledesma
(1900-1983), uno de los productores de la primera vanguardia moderna en México,
al que se le debe no sólo los inicios de la pintura nacionalista, sino también
el haber sido de los primeros investigadores y divulgadores del arte popular
mexicano, sus artesanías y en especial sus juguetes; además de haber sido de
los fundadores de la LEAR, crítico y promotor del arte mexicano. Aquella noche,
invitó a su hermano Enrique (1888-1939) a que dirigiera unas palabras acerca de
las fotografías antiguas, su participación la intituló La Gracia de los retratos antiguos, que es de donde tomamos la
frase que encabeza estas líneas. Al margen: En la misma velada también habló
Manuel Álvarez Bravo, para entonces un fotógrafo ya casi consagrado
internacionalmente, con un discurso sobre la fotografía mexicana. Para mayor
información, apuntemos que el mayor de los Fernández Ledesma destacó como
poeta, escritor e historiador. Uno de sus trabajos más conocidos es la
recopilación de Los mexicanos pintados
por sí mismos (1935), junto con sus indagaciones sobre la imprenta en México,
su tipografía y diseño; de hecho, junto con su hermano sería uno de los
responsables de la introducción del Deco a nuestro país en cuanto a las artes
visuales se refiere.
Casi veinte años después de este
evento, en 1950, el sello Ediciones Mexicanas, S.A. publica en forma de libro
el texto de Enrique Fernández Ledesma, con un prólogo de otro apasionado del arte
mexicano, Marte R. Gómez, con una colección de fotografías de variopinto
origen, en un intento por dejar registro de ese material obtenido
fundamentalmente del siglo XIX.
Ya decíamos al iniciar estas líneas
que hay diversos motivos de por qué conservar las fotografías antiguas. Según
la investigadora del IIE de la UNAM, Deborah Dorotinsky, una de ellas sería la
nostalgia, el deseo por conservar el pasado, de mantener las raíces, pero no se
trata de un movimiento puramente emocional, propio del romanticismo
decimonónico, sino que este aparece –el sentimiento nostálgico—en aquellos
momentos en que se está planeando el futuro mediato el cual en ese entonces
parece una utopía. Es decir, en cuanto surgen planes hacia el futuro, de cómo
se desea sea este, más allá de la ruptura inmediata que se requiere, aparece la
necesidad de recordar el pasado, de tenerlo presente, como si fuera la lámpara
de Diógenes que guía y va revelando la verdad.
Traer acá esta cita, tiene que ver
también con cuestiones de teoría de la historia. Si leemos el texto de Fernández
Ledesma, nada nos impediría creer que estamos frente a un poeta del Parnaso
Mexicano, es decir frente a un discurso intelectualoide pero cargado de
emoción, más propio del romanticismo que de las vanguardias del siglo XX, a las
que pertenecía el propio Enrique y su hermano. Esta aparente contradicción nos
deja ver, por una parte, que hay eventos en la historia que tienen diferentes
tiempos o mejor dicho que se desarrollan a diferente velocidad, uno de los que
más tarda en cambiar es el idioma, así mientras los productores mexicanos
soñaban con un México moderno, con todo lo que Modernidad, significaba en ese
momento (los ‘30s) su habla se mantenía pegada a los modos, si se quiere los
más modernos, del romanticismo de hacia un siglo. Quizás la incierta
consciencia del presente es la que nos obliga a ir del presente al pasado y del
pasado al futuro.
Publicado en Milenio Diario
Se puede ver también en www.artes2010.wordpress.com
Imágenes: www.iberlibro.com
https://nadal1.wordpress.com
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