Peor... imposible



Conozco la Casa de la Cultura de Nuevo León prácticamente desde que fue restaurada la llamada antigua Estación del Golfo y convertida en esta institución. En su momento a todos nos pareció acertada la iniciativa, no sólo por lo espectacular de su arquitectura, sino también porque la ciudad, en ese entonces, necesitaba de un espacio cultural como este.

            Durante años, exponer aquí fue motivo de orgullo y reconocimiento, no cualquiera lo lograba. No obstante, y yo diría que desde las primeras exposiciones, se fue haciendo evidente que el espacio, así como se encontraba, era insuficiente e inadecuado para responder con dignidad y profesionalismo a las necesidades museográficas, tendencia que se fue acentuando, primero por perder la mitad de las salas de la planta baja, después porque los requisitos de la producción contemporánea se han vuelto más exigentes y demandan una interacción mucho más dinámica y flexible con el espacio en que se presenta.

            Hoy día, y a pesar de los muchos esfuerzos que llevan a cabo los responsables del montaje, las salas, resultan viejas, impropias, difíciles de adaptar, obscuras, de complicado acceso, ineficiente iluminación y mobiliario museográfico pesado, sobreexplotado, rígido. Soy de la opinión --aunque creo que moriré sin verlo—que a tan importante institución sólo le quedan dos caminos a seguir Nos olvidamos de ella como espacio expositivo y otras expresiones artísticas y se convierte, por ejemplo, en las oficinas del CONARTE, o bien, se hace una inversión inteligente y se transforma en un verdadero centro cultural que responda a los requisitos de hoy día, lo que implicaría, desgraciadamente, sacrificar mucho de la arquitectura original del edificio, especialmente en sus interiores.

Diana E. Garza Isaias. Las demás seis se llamaban como yo. 2015


            Si a la desgracia que vive la institución por sus carencias físicas, le agregamos, la de sus exposiciones, es fácil comprender el por qué de su deteriorada imagen. Me corrijo, no todas sus exposiciones son una desgracia, eso es una mentira, pero sí es verdad que teniendo muestras como la que actualmente exhiben, Imágenes emergentes (abierta al público desde el 19 de abril), no se pueden abrigar muchas expectativas.  Esta es el resultado de una convocatoria abierta en la que finalmente participan 26 personas que suelen “tomar” fotografías; y es así porque entre los requisitos estaba el no tener experiencia previa en cuanto a exposiciones individuales y/o colectivas, motivados, como se ve, por el enfermo afán de descubrir o dar a conocer nuevos valores.

            Tan desafortunada resulta esta fórmula, es ya tan Moderna, como desafortunado es lo exhibido (de los 26, rescato únicamente a Diana E. Garza Islas y su video y los retratos de Rubén Darío Gutiérrez Gutiérrez). En otras palabras, quizás al inicio de la última década del siglo pasado, cuando queda de manifiesto el descontrol que vivía en ese entonces la producción simbólica, fue necesario echar mano de clasificaciones como las de arte emergente, nuevos o jóvenes valores, arte contemporáneo, etc., para poder distinguir los nuevos productos de los anteriores hechos bajo otra estética y propósitos distintos. Pretender que 20 años después la misma intención sigan teniendo vigencia, me parece un despropósito que lleva a cometer errores como los que vemos en esta exposición. Creo que es momento de volver a llamar pan al pan y vino al vino. De todos los concursos que ha habido para los emergentes y nuevos valores, premios y becas que se han ganado, ¿cuántos de ellos permanecen? ¿cuántos volvemos a ver después de ese momento de gloria en que se les identifica como productor emergente?

            Lo que aquí se expone es malo desde los formatos que emplean, hasta por lo convencional de sus formas y temas, por la calidad de sus impresiones y falta de cuidado o atención en su presentación. El problema es que ni siquiera son interesantes como trabajos amateurs, sino que resulta estereotipados al quedar atrapados en ese perverso juego que es el arte contemporáneo, más parecido a un destructor de ilusiones.
            Y si usted cree que visitando esta muestra ya vio todo lo que no se debe hacer en fotografía, lo invito, si tiene el valor de hacerlo, a que vaya a la Alianza Francesa Valle y conozca algo que pretende ser una exposición de fotografía, me refiero a lo que ahí presenta Julieta Leal.

            No tengo nada en contra de quienes quieren asumir y vivir creencias, costumbres y tradiciones ancestrales, quienes quieran unirse física y/o espiritualmente con los habitantes originales, pero nada de eso tiene que ver con la fotografía. Se puede participar de ritos, bailes, cantos y visiones, pero no se puede estar concentrado en eso y al mismo tiempo estar tomando fotos. Por supuesto que existe la fotografía antropológica y ha dado extraordinarios testimonios, pero hay que saber cómo proceder, de no hacerlo, se corre el riesgo de presentar cualquier cosa menos fotografías que ilustren cómo, cuándo y por qué se llevan a cabo estas o cualquiera otra actividad. No se puede ir en la procesión y tocar la campana al mismo tiempo.

Publicado originalmente en Milenio Diario
Se puede ver también en www.artes2010.wordpress.com


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