De museos
Como sabrán el
pasado viernes 18 de mayo se celebró el Día Internacional de los Museos. Ahora
que estamos en temporada de promesas, buenas intenciones, venta de ilusiones y
una que otra mentirilla, vale la pena reflexionar sobre estos temas, toda vez
que brillan por su ausencia en los planes y proyectos de los que suspiran por
algún puesto de gobierno a nivel federal, estatal o local. La discusión, que
rebasa los límites de este espacio, se ha de centrar en el papel del estado en
y con las actividades no sólo educativas, sino también en las relativas a la
producción simbólica, ¿cuál debe ser esta relación; hasta dónde se puede
involucrar el estado en estas actividades?, ¿debe tener un papel activo-menos
participativo, etc?
Las secretarías de cultura o
simplemente las direcciones o institutos culturales tienen en las instancias
educativas directamente dependientes de ellas, en los bienes muebles e
inmuebles catalogados como propiedad de la nación, en las casas de la cultura y
los museos, entre otros, un juego de herramientas con las cuales hacer posible
la democratización del acceso a la cultura, que es, por otra parte, un derecho
de todos como ciudadanos de este país. Pero son los museos el mejor instrumento
con que se cuenta para lograr este fin, principalmente en lo que toca al
conocimiento, investigación, catalogación y preservación de los productos
artísticos del pasado y presente del país.
De hecho, este fue el ideal con que
se creó el museo, si tomamos como su inicio la apertura de las galerías del
Palacio del Louvre en 1793, aunque hay estudiosos que ubican su nacimiento en
la lejana Alejandría greco-egipcia, allá por el 280 a.C., o más próximo a
nosotros, a la primera construcción dedicada expresamente a servir como tal, el
antiguo Museo de Berlín en 1824.
En nuestro país, dos años antes, en
1822, Lucas Alamán había fundado un Conservatorio de Antigüedades. Y en, 1825,
luego de un acuerdo con el presidente Guadalupe Victoria, se funda en las
instalaciones de la Universidad el primer Museo Nacional. De ahí pasará, ya
bajo el imperio de Maximiliano, a ocupar las instalaciones de la Casa de
Moneda, como Museo de Arqueología, Historia Natural e Historia Nacional, que
será el núcleo que con el paso del tiempo irá desgranándose en museos
especializados. Para la primera década del siglo XX ya había 38 museo en el
país. Actualmente, el último de los museos, dependientes del estado es el Museo
Internacional del Barroco, en Puebla, abierto al público en el 2016. En tanto
que el museo más nuevo del país de origen particular lo es la Colección Jumex, en
operación desde el 2013.
En nuestra ciudad y estado, creo, el
museo más antiguo es el del Obispado, situado, como su nombre lo indica y
siguiendo la vieja costumbre de darle otra vida y vocación a construcciones del
pasado, en lo que fue el palacio del obispo Berger, construido entre 1787 y
1788. Se abrió al público luego de su restauración y rehabilitación en 1956
como Museo de Historia Regional de Nuevo León, el Obispado. Al inicio de la
última década del siglo pasado se inauguró el MARCO con un esquema mixto de
cooperación, en tanto que el Museo del Noreste, dependiente del gobierno
estatal es el más nuevo de nuestros museos ya que se puso en operación en el
2007.
En principio, la apertura de un
nuevo museo no debiera despertar ninguna protesta o rechazo. No obstante, me
parece, el tema no se reduce a la simple voluntad de abrir-crear, un nuevo
museo. Antes de llegar a este punto se tuvo que haber decidido en amplio consenso
--sobretodo si estamos hablando de museos federales, del estado o
municipales—qué tipo de museo es el que más conviene en este o aquel momento y
por qué; cuál será su acervo y cómo se incrementará; dónde se ubicará; cuál su
capacidad (tomando en cuenta que los museos se han convertido en centros
plurifuncionales); qué equipo tendrá (humano y material) cómo se administrará
–cuál su estructura operativa—y, entre otras muchas, cómo se fondeará, ahora
para su creación, mañana para su mantenimiento, operación y crecimiento. Porque
si la idea es tener un Museo nuevo simplemente porque eso me hace ver más
moderrrrno o como un Medici redivivo, la verdad no vale la pena. El tema es tan
serio que no se puede proceder por capricho.
No quisiera dejar estas líneas sin
mencionar la reciente muerte del escritor y crítico de Arte Tom Wolfe
(1930-2018), el pasado lunes 14. Quizás para muchos no sea conocido, pero
primero su Painted Word de 1975 y
luego, entre otros libros, The Bonfire of
the Vanities del ‘87, son de las primeras críticas, el primero, al arte
Moderno, el segundo a los excesos y abusos del mundo de las galerías de arte.
Practicó el periodismo y la crítica en medios tan prestigiosos como el Washington Post o el New York Herald Tribune. Desde ahí implementó
lo que hoy se llama el New Journalism,
el periodismo subjetivo para ser breve, y que, toda proporción guardada, fue el
que se practicó en la Sección Cultural de El Porvenir, allá por los lejanos
años ’80 y ’90 del siglo pasado. Descanse en paz Tom Wolfe.
Publicado originalmente en Milenio Diario
Se puede ver también en www.artes2010.wordpress.com
Imagen: www.cromacultura.com
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