Volver a ver a Orozco




No entiendo porqué o para qué al promocionar o dar a conocer algo, una persona, un evento, un objeto, en lugar de hablar de sus valores reales se hace presentándolo como único (lo cual no es necesariamente bueno), como si fuera la primera vez que sucede, o de plano que por fin se de en nuestro medio como antes sólo había sucedido en lugares de mayor prestigio y postín. Desde el punto de vista mercadológico posiblemente esto sea lo indicado para atraer público, tener más ventas, o ganar popularidad, aunque nada de eso garantice que lo así promovido sea estrictamente la verdad. Tal es el caso de la exposición Orozco y los Teules, 1947, inaugurada en el Centro de las Artes del Parque Fundidora, el pasado 21 de marzo. Su promoción nos advierte que nunca antes se había presentado esta serie –la de los Teules—en Monterrey, lo cual es una verdad a medias; como tal, es cierto, nunca se había expuesto en la ciudad, pero de que se conocía y muy bien no hay duda alguna, ahí está el Alanceado, tela que forma parte de esta serie y que pertenece a la Colección FEMSA, de hecho fue una de las primeras obras que se incorporaron a la colección permanente del añorado Museo de Monterrey (es una lástima no se encuentre expuesta aquí). Pero no solo eso, sino que en otras exposiciones aquí en la ciudad ya se han presentado estas obras que, sin duda, son una muestra más que representativa de la pintura de Orozco.

Ahogados

            Desgraciadamente lo que mal empieza mal acaba. La exposición es breve, pero no porque haya sido así desde su origen –que no tendría nada de malo que Orozco hubiera pintado solo cinco o siete o 20, eso no es lo importante—sino porque está incompleta y a pesar de que se narra correctamente el origen de la serie –la de los Teules—nunca se explica donde se encuentran físicamente (si son o no propiedad del Colegio Nacional, aunque buena parte esté en el Museo Carrillo Gil de la Ciudad de México), cuántas de la serie original están en esta exposición y cuántas otras pertenecen a diferentes instituciones o coleccionistas particulares que pueden o no prestar sus obras para la exposición y su itinerancia. Pero si obviamos estos detalles y nos quedamos únicamente con el material que se exhibe (pinturas y dibujos), sea mucho o poco, este es de primerísima calidad y representa una gran oportunidad para contemplar en vivo la obra de uno de los pintores más importantes de la primera mitad del siglo XX.

Los Teules I


            Por mi parte, destaco los siguientes cuatro puntos: Primero, la manera de trabajar de Orozco, su concepción de la pintura y la fuerza y emoción con que producía sus obras. Invito a ver piezas como Los Teules I o Guerreros españoles e indios en donde la espontaneidad y gesto de la mancha de color quedan subordinados al fino dibujo que, sobre ella, perfila lo concreto de la escena (caballos, hombres, cosas). Y si de fuerza y expresión hablamos, habría que citar la que desde mi perspectiva es la mejor pieza de la muestra, las manos que sostienen una lanza o espada (curiosamente ni esta ni la obra a su lado tienen cédula).


            A diferencia de sus contemporáneos, la obra de Orozco no guarda simpatía alguna con los temas que aborda y menos tratándose de la historia de nuestro país. Basta comparar cualquier pieza de esta serie con los murales que Diego Rivera pintara en Palacio Nacional, para darnos cuenta de lo que hablo. Mientras que para Rivera el mundo prehispánico se asemeja más a la Arcadia clásica, el de Orozco es cruel, sanguinario, salvaje, especialmente en su contacto con los conquistadores, y estos, a su vez, obtienen lo que desean pagando un precio demasiado alto, véanse, Ahogados e Indio con cráneo.

Indio con cráneo


            Tercero, la formación que Orozco y muchos de sus contemporáneos tuvieron a través de la Academia de San Carlos. Hablo no sólo de la pertinencia de su dibujo que destaca en sus bocetos y pinturas; sabemos, por su autobiografía, cómo es que se les enseñaba a dominar las bases de su oficio, sino igualmente de su preparación intelectual que se refleja, en este caso, en tomar como fuente iconográfica la obra de Bernal Díaz del Castillo para realizar su propia interpretación de la conquista, tal y como lo hizo en otras ocasiones al abordar temáticas especialmente cercanas a él.

            Finalmente, al ver la cantidad de recursos con que pintó Orozco, temples, óleos, tintas, piroxilinas, acrílicos, ver cómo los aplica en sus pinturas, en su obra gráfica, las referencias que aparecen aquí y allá de la pintura que en su momento se estaba llevando a cabo, esto es, la Moderna a la que el mismo contribuyó decisivamente, y al revisar las historias que tenemos de su momento histórico, de sus compañeros (principalmente Rivera y Siqueiros), del movimiento que encabezaron, creo que estamos obligados a replantear –como cada época debe hacerlo—la historia del arte en México en la primera mitad del siglo XX y en especial la del Muralismo. A la monótona y casi plana visión que tenemos de estos temas, se le oponen nuevos acercamientos al quehacer de Orozco y sus contemporáneos, al hacerlo nos damos cuenta de la riqueza y múltiples facetas que aun quedan por descubrir de aquel pasado.

Publicado originalmente en Milenio Diario
Se puede ver también en www.artes2010.wordpress.com


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