Bienvenidos a mi paraiso


Hace mucho, cuando me encontraba en la Universidad y empezaba haber un creciente interés por los estudios sobre comunicación y medios, todo mundo citaba el famoso ensayo de Walter Benjamin, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (1936) sin realmente haberlo leído y mucho menos la Pequeña historia de la fotografía (1931), no obstante, era muy de vanguardia referirse, aun fuera de oídas, a estas obras del intelectual marxista. No sé qué tanto habrá cambiado esta situación, pero sí puedo decir que, por razones en las que ahora no me puedo detener, algunos de los conceptos que en esos textos se aplicaban a la fotografía en particular, a su contexto social y consecuencias, se han ido convirtiendo, si no en más leídos, sí en moneda, más o menos, corriente, por ejemplo, el Aura, el valor de uso y el valor cultural, la asociación de la fotografía con el advenimiento de la sociedad de masas, etc. Gracias a estos trabajos y los de muchos otros pensadores, de ese momento—el de Benjamín—, del pasado (Nietzsche), y por supuesto de nuestros días, hoy damos por un hecho no sólo la superación de la época Moderna, sino también su fracaso, de tal suerte que se ha vuelto tópico, ya sea que se le documente o se aporten pruebas de su desastre, más aún, que se denuncie que todavía vivimos y pagamos las consecuencias de su hundimiento.

            El primero de marzo pasado, se inauguró en la Fototeca del Centro de las Artes en el Parque Fundidora, la muestra Welcome to Paradaise, de Oswaldo Ruíz, uno de los productores jóvenes de nuestra ciudad ya con una sólida y bien ganada trayectoria y un mejor futuro. En esta ocasión su exposición se armó con tres diferentes tipos de materiales, imágenes analógicas en B&N, otras de posible origen digital impresas por medios electrónicos (inyección de tinta), y un par de proyecciones de imágenes en movimiento. A cada uno de ellos les corresponde un formato e incluso una manera de presentación, así, por ejemplo, las analógicas no sólo son de dimensiones menores, sino que se encuentran enmarcadas, con cristal al frente, mientras que las digitales están expuestas y son de mayor tamaño (véase, por ejemplo, la mayor de todas ellas, Protégete de píes a cabeza, 2016). Todo el material que se exhibe, independientemente de su origen y presentación, tiene los rasgos característicos del trabajo de Ruiz, son de una limpieza absoluta y composición estricta, un tratamiento casi aséptico del tema, no digo total porque siempre hay una tesis, una parte de ellas, o de su demostración, en el enfrentamiento que tiene el fotógrafo con su asunto.

Al fondo Protégete de píes a cabeza, 2016


            Para no ir más allá, digamos que la crisis que vive la fotografía desde hace unos 20 años, no radica únicamente en la irrupción de los adelantos técnico-digitales, que le han otorgado una presencia como nunca antes la había tenido en el seno de cualquier sociedad, sino que igualmente ha contribuido a ello, la perdida, o mejor aún, el descrédito en que cayó uno de los valores más arraigados que tenía desde que se dio a conocer, esto es, su objetividad y con ella su régimen de verdad basado tanto en la operación mecánica e impersonal de la cámara, como en el registro químico, la huella, el índice lumínico que la realidad, el mundo real, provoca en la placa o película fotográfica. El porqué hemos dejado de creer en esa capacidad de la imagen fotográfica, creo, es fácil comprender: lo que antes era prueba fehaciente, documento fiel de acontecimientos, personas y cosas, hoy día sabemos que pueden estar alterados, tanto como intereses, conscientes o no, haya para hacerlo.

            Creo que estas son algunas de las variables que Oswaldo Ruiz pone en juego en su exposición, solo que nos pide las contemplemos a través de su inversión. Por ejemplo, si el valor de la fotografía analógica –por su asociación con el origen del medio—fue el de la objetividad, sus imágenes, en el contexto de la muestra, resultan ser las más subjetivas, aquellas en las que se encuentra más vivo, más presente, el ojo del fotógrafo. Por el contrario, las contemporáneas imágenes digitales, aquellas que son, igual, por su origen, más fáciles de alterar, nos presentan los referentes más objetivos, los que parecen, incluso, documentos inalterables para la visión de su autor (vuelvo a citar a Protégete de píes a cabeza). Así pues, cada imagen se conecta con su opuesto y al hacerlo neutralizan su efecto y permanecen, como resultado de tal operación, como un recuerdo de ciertas imágenes.

            Para que estuviera completo este ejercicio acerca de la transformación de la fotografía y con ella, el fracaso del sueño moderno, creo yo, Ruíz nos queda a deber algunos otros ejemplos o pruebas de ello. En otras palabras, el desastre medioambiental que nos presenta causado por las cementeras, la “cementarización” de las ciudades y su medio ambiente, la segmentación real, física, de la sociedad, no son desde mi punto de vista suficientes como para que en verdad fuera esta una situación más que evidente. Aunque, finalmente, lo que sí parece es que aún y cuando se trate de este o cualquier otro paraíso venido a menos, de todas maneras, siempre quedaremos excluidos.

Publicado originalmente en Milenio Diario
Se puede ver también en: www.artes2010.wordpress.com


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