¿Qué le pasa a la pintura?
Gustav Klimt. Adele Block-Bauer I. 1907 |
Hace
una semana afirmé que, hoy por hoy, al arte no le sucede nada. Ahora, al
revisar el estado que guarda el más representativo de los objetos que reciben
este nombre –arte--, la pintura, el panorama pudiera ser muy distinto: práctica
al borde de la muerte, sería, posiblemente, un diagnóstico adecuado para la
producción actual de estos objetos.
Este año se recuerda el centenario de la muerte de dos
importantes pilares en la construcción del Arte Moderno, Gustav Klimt
(1862-1918) y su alumno Egon Schielle (1890-1918) (por cierto, este perdió la
vida al ser contagiado por la gripa española, que en menos tiempo causó más
decesos que los provocados por la Gran Guerra, o sea que en un año mató a más
de 50 millones de personas en todo el mundo). Así que esta fecha es un buen
motivo y momento para revisar qué ha pasado con la pintura desde entonces, o,
dicho de otra forma, ¿qué sucedió con la práctica de la pintura durante un
siglo que parece no tener relación alguna con sus antecesores y menos aún con
sus actuales descendientes?
Creo, tal y como lo ha dicho Arthur Danto y otros que comulgan
con sus argumentos, que el arte, y por tanto la pintura, que se puede decir han
muerto, no es la pintura en sí misma sino más bien la idea, una de las ideas
que hemos tenido sobre qué y cómo debe ser su práctica y apariencia. En otras palabras, a partir del siglo XIX
hemos asistido a una doble y radical transformación sobre qué y cómo debe ser
una pintura, primero respecto a la práctica, por llamarla de alguna manera,
académica, y después, al mediar el siglo XX, cuando se desecha o modifica la
idea de la pintura moderna, la que alcanzó su cúspide con las Vanguardias, para
dar paso a nuestra actual concepción de qué es, qué debe parecer una pintura.
Siendo este el panorama en que se encuentra la pintura
contemporánea, me gustaría esbozar la siguiente hipótesis. Quiero ver y
entender el período del Arte Moderno (entiendo aquí por Arte Moderno, el
concepto historiográfico americano, es decir, la producción pictórica que
corre, a grandes rasgos, entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del
XX), como una pausa, un paréntesis, un bache incluso, luego del cual, las dos
orillas que así se formaban –la del arte académico por un lado, la del arte
actual por el otro-- se tocan, se influyen y hasta se llegan a confundir. De
acuerdo a esta idea, la pintura del siglo XVII, por decir algo, está más cerca
de la del XXI que de cualquier retrato de Klimt o Schielle.
Egon Schielle. Reclining Woman with Green Stokings. 1917 |
Mi idea no es tan descabellada como pudiera parecer. Insisto en que, al pensar en la pintura, como en la escultura, en la poesía, no lo hagamos únicamente en el objeto que lo representa, sino en todo el proceso que se sigue desde su creación hasta que es exhibida en el muro de una iglesia, palacio, museo, galería o mansión, pasando inevitablemente por su validación como pintura (obviamente hablo del arte-pintura). Cuando digo que hay una especie de continuidad entre la pintura de la primera mitad del XIX y la contemporánea, pido no sólo comparar la pintura-objeto-arte sino también las muchas otras variables que intervienen para que se dé el fenómeno del arte-pintura, o del arte-escultura, el arte-escritura, etc., por ejemplo, la de su función o funciones.
La pintura fue, muy posiblemente, la tercera o cuarta
manifestación a través de la cual nuestros antepasados buscaron expresar su
individualidad tanto personal como de grupo (social y racial) e incluso como
especie. Responde a la satisfacción de una necesidad netamente humana, la
escópica o pulsión de mirar. Desde que encontramos la manera de satisfacerla –a
partir de representaciones—no ha dejado de funcionar lo mismo para decorar que
para otorgar distinción y prestigio. Sólo la pintura Moderna ha sido capaz de
creer que puede cumplir con otras funciones, por ejemplo, ser vehículo para divulgar
un mensaje político; lugar de aprendizaje social, herramienta para potenciar la
creatividad; un medio para compartir temores y fantasías, para imaginar un
mundo mejor, una advertencia sobre peligros reales o pesadillas, un instrumento
para denunciar abusos, infamias, intolerancias, etc. Todo eso que echamos de
menos en la pintura contemporánea, pero ¿quiénes lo extrañamos?, ¿quiénes quisiéramos
que la pintura siguiera expresando todo eso y más, sobretodo tratándose de un
momento y una sociedad tan revuelta como la nuestra? Los que crecimos en la
Modernidad, los que aún pensamos y creemos en esos valores, ¿quiénes, por el
contrario, gozan, aprecian, coleccionan e intercambiar la pintura que se
práctica hoy en día? Los que siempre se han beneficiado de ella, sólo que ahora
ya no son chamanes o brujos, príncipes y cardenales, abades, reyes, condes y
duques, magnates del acero o del petróleo, banqueros, políticos, grandes
constructores, que al morir o en vida donaban sus colecciones a museos u otras
instituciones. Hoy son los mismos, pero con otros nombres.
A despecho de lo dicho en un principio, la
pintura-objeto-arte goza de cabal salud, lo que languidece ante nosotros es la
idea de la pintura como medio de expresión social.
Publicado originalmente por Milenio Diario
Se puede ver también en www.artes2010.wordpress.com
Imágenes: www.posterlounge.co.uk
https://news.artnet.com
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