De los regresos (II)
Hace una semana
inicié este tema suponiendo hay una tendencia a regresar al uso o consumo de
ciertos objetos, servicios o procesos del pasado reciente; tendencia que se
manifiesta en diferentes áreas, entre ellas la de la fotografía en la que se
puede decir hay un regreso a lo analógico o fotografía química, no en
detrimento ni en substitución, pero sí en predilección sobre lo digital. Dije,
también, que esta tendencia tendrá sus razones en cada campo, pero que como
rasgo de la cultura contemporánea y por lo menos en el caso de la fotografía,
podría calificarse como un deseo por hallar lo auténtico, lo que realmente es
lo que parece ser o se dice que es. No obstante, sobre esta discusión pende la
advertencia, lo dijimos también, de que todo el tema no sea más que una estrategia
comercial que buscan posesionar nuevos productos o los ya existentes sin
necesidad de invertir más en su investigación y/o diseño.
Chuck Close, Cindy, 2006
Erasto Carranza. Paisaje.
Creo que ciertamente hay un
componente mercadológico en estos regresos que acaba por convertirlos en una moda
que rápidamente dejará su lugar para alguna otra tendencia o apariencia. Pero
también pienso que no todo es producto del mercado, sino que este emplea lo que
ya se encuentra en el ambiente. Por tanto ¿a qué se debe entonces esta tendencia;
cómo explicarla? Apunté la semana pasada que, según mi punto de vista, se trata
de una respuesta a un mundo cada vez más controlado por el espectáculo, la
apariencia, lo transformable, lo alterno, lo fugaz, luego entonces, por lo
menos en lo que hace a la fotografía, regresar a la foto-química, no sería más
que el deseo por hallar aquellas imágenes auténticas, esto es, aquellas que nos
muestran lo que efectivamente parece ser lo que es. Esto, creo, es lo que
encontramos y nos sorprende, por ejemplo, en los daguerrotipos, de Chuck Close,
o los de Erasto Carranza entre nosotros, lo mismo que en los colodiones de
Michael Shindler, al igual que en las viejas transparencias Ektachrome o los deslavados
colores Polaroid.
Michael Shlinder. Retrato.
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El problema con esta explicación es que corresponde al pasado, a la conclusión de la Modernidad. Y es así porque supone que la fotografía recoge, automática, mecánica y objetivamente, todo aquello que se encuentre frente a la cámara (sea cual fuere su formato), es decir que atestigua, documenta, una supuesta realidad, ante cuya autenticidad reaccionaba el observador. Esto es, según nuestra explicación, lo que se echa de menos, la razón, entre otras, por la que se quiere regresar a lo auténtico.
Sin embargo, a partir del giro
lingüístico y de la postmodernidad,
después de La cámara lúcida de
Barthes y de popularizarse el principio de incertidumbre, sabemos bien que tal
realidad no existe, sino que es un constructo en el que intervienen, por lo
menos, tres factores, el que registra, el medio con que registra, y el que
observa el resultado del registro, cada uno de ellos, a su vez, lleva consigo y
actúa, por tanto, bajo una serie de condiciones (ideológicas, culturales, técnicas,
históricas, educativas), que determinan lo que es la realidad. Dicho en otras
palabras, lo que vemos en una fotografía, no es la “realidad”, sino aquello que
ven los ojos del fotógrafo (y que ya ha dejado de existir), a través de un
aparato (más o menos sofisticado), y puesto en circulación (más o menos recientemente)
en circunstancias que, igualmente, nunca vuelven a ser las mismas, así pues
¿cómo podríamos hablar de autenticidad? Pareciera que estamos frente a un galimatías.
A fin de salvar el escollo,
propondría una tercera opción para explicar qué se desea de las imágenes
técnicas, ni la razón materialista ni la posmoderna. Ante el aluvión de
imágenes publicitarias, de los medios en general, y de ciertas manifestaciones
culturales o artísticas, lo que se desea es conocer cómo son las cosas, por así
decirlo, sin maquillaje, cómo es que la visión subjetiva de una persona (el
fotógrafo tradicionalmente, pero a partir de la popularización de los
artefactos digitales para la captura de imágenes, cualquiera de nosotros) encontró,
vio y/o experimentó un momento, un objeto, una persona, un evento (no importa
si fue o no “real”), y produjo una fotografía (análoga o digital), esa imagen
de primera mano sería la auténtica y la añorada, no su referente a diferencia
con la aproximación moderna, menos aún con la mediatizada o construida de la
postmodernidad.
Hoy día, la mayoría de las imágenes
que llegan a nosotros han sido mediatizadas por lo menos tres o cuatro veces
(la toma, su “revelado”, su edición, su puesta en circulación) con intenciones
diversas. Por oposición creemos que las imágenes del pasado, las químicas o
analógas no sufrían tales alteraciones (aunque sabemos que desde un principio
la fotografía ha sido manipulada por idénticas razones) por lo que, en
consecuencia, nos muestran una apariencia de baja o pobre mediación, una,
quizás más auténtica. Para volver a ellas, piensan algunos, los que están
buscando esas experiencias de primera mano, hay que retornar a las primera
mediaciones, las más sencillas, las básicas, el daguerrotipo, la película de
35mm., la polaroid, sólo así, se piensa, se podrá regresar a la esencia, a la
autenticidad de las imágenes.
Publicado originalmente en Milenio Diario
Se puede ver también en www.artes2010.wordpress.com
Imágenes: www.magnoliaeditions.com
www.pechakucha.org
www.michelshlinder.com
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