La otra historia del arte

En el campo de la historia del arte, el punto de vista masculino occidental blanco, aceptado inconscientemente como el punto de vista del historiador del arte, puede ser -y lo es- inadecuado, no solo por motivos morales y éticos, o porque es elitista, sino también por razones
puramente intelectuales.
  
Linda Nochlin
 ARTnews, enero 1971.

            Desde que me enteré del fallecimiento de Linda Nochlin (1931-2017), el pasado 29 de octubre, me propuse escribir estas líneas; sin embargo, por una u otra razón, por atender primero lo que sucede en la ciudad, se me fue pasando el tiempo, por lo que ahora, antes que termine el año, me propongo hacerlo. No tuve la fortuna de conocer a Nochlin, y su famoso texto del ‘71 no me topé con él sino mucho después, cuando en nuestras universidades, se empezaba a hablar e interesarse por la llamada Nueva Historia del Arte, los Estudios Visuales y los Estudios Culturales, todo dentro del marco de la postmodernidad que ya vivíamos para entonces, es decir, a finales de los ‘80s y principios de la siguiente y última década del siglo XX.

            El mentado artículo, ampliamente difundido, por lo menos en el mundo académico, y sus consecuencias, hoy día forman parte de los cimientos sobre los que se construye una nueva Historia del Arte, una historia que busca ser incluyente, multicultural, polifónica, que renuncia a la hegemonía, y, sobretodo, a partir de un punto de vista único cualquiera que sea este.

            Es así que hoy día tenemos una historia del arte feminista, otra con un enfoque LGBT; historias locales; de las mal llamadas artes menores; multidisciplinarias, o que atienden manifestaciones que en el pasado no tenían cabida o simplemente no existían, como sería el caso del grafiti, los video-juegos y las redes sociales. Es obvio que gracias a los esfuerzos de Nochlin y muchos de los historiadores, sociólogos, antropólogos, lingüistas, psicoanalistas, escritores, periodistas y productores, que han seguido trabajando en la ampliación y enriquecimiento de este camino, hoy día contamos con una mejor comprensión de una multitud de fenómenos que apenas si conocíamos, los malinterpretábamos o simplemente los ignorábamos por no estar contenidos dentro del canon, ese punto de vista occidental, heterosexual y blanco que en su momento fue, precisamente, lo que denunció la historiadora norteamericana. (Aclaro que esta transformación que viene sufriendo el estudio y la producción de la Historia del Arte, tal y como aquí se plantea, no se da con igual amplitud y aceptación ya no digamos en todos los países, sino incluso entre las distintas universidades y centros de estudio de un mismo país, lo que demuestra la oposición que se ha cultivado --y sigue teniendo-- en su contra desde la aparición del artículo de Nochlin).

            Lo hecho por la historiadora norteamericana, su relevancia y trascendencia, está en línea con lo que solía decir Sir Ernst Gombrich (quien, por cierto, en su célebre Historia del Arte, por lo menos en sus primeras ediciones, olvidó incluir al lado de sus connotados productores a sus colegas mujeres), sobre qué hacer para obtener respuestas relevantes, y en primer lugar pedía plantearse preguntas genuinas. Una pregunta genuina, según Gombrich, termina por convertirse en el trabajo de una vida pues es aquella que lleva a construir, a edificar, un modo de ver temas y acontecimientos, de manera inesperada, inédita ya que los contempla con nuevos ojos, con una visión crítica que nunca antes se había empleado. Esto fue lo que hizo Linda Nochlin al plantearse ¿por qué no ha habido grandes artistas mujeres?, tratar de contestarla genuinamente le tomó toda una vida y al hacerlo cambió la Historia del Arte tal y como la conocíamos; creo que eso es exactamente a lo que se refería Gombrich.


            No ha habido grandes artistas mujeres, simple y sencillamente porque han sido ignoradas, borradas, suplantadas, negadas e incluso perseguidas de una historia del arte que se escribía bajo un punto de vista único, hegemónico, como ya se ha dicho, el del hombre blanco occidental. A mí me gustaría ir un poco más allá y plantear, a modo de hipótesis, lo siguiente: Lo puesto al descubierto por Nochlin y muchos otros, es cierto, pero no es la raíz del problema, no es su origen, sino uno de sus efectos. Me explico. No ha habido grandes mujeres artistas, además de lo ya dicho, porque han sido educadas y han puesto en práctica un punto de vista, un modo de hacer las cosas, que no es el suyo; esto es, en lugar de ser simplemente y por el talento de cada una de ellas, grandes pintoras, escultoras, etc., han de serlo, pero como si pintaran, esculpieran o dibujaran como hombres, de ahí la dificultad para sobresalir. Esto es especialmente cierto en los siglos previos al XX. Hoy en día a pesar de que el panorama ya no es tan obscuro y discriminante como lo fue en el pasado sigue costando trabajo reconocer que hay grandes artistas mujeres contemporáneas por lo que siguen siendo minoría, razón suficiente por la que habría que insistir en que falta cambiar muchas cosas más, entre ellas, la educación, para así devolverles una voz y un lugar que jamás debieron perder.

Publicado originalmente en Milenio Diario
Se puede ver también en www.artes201.wordpress.com
Imagen: https://vq.vassar.edu

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