Abejas, arañas y... ¿bichos nuevos?


En el siglo XVII Jonathan Swift ideó la parábola de las abejas y las arañas para explicar la diferencia entre los Antiguos y los Modernos, contribuyendo así con la famosa Querelle, o Querella en castellano, uno de los debates clave de los que surgiría el Mundo Moderno. Dice Swift, así como las abejas crean su obra tomando el néctar de esta y aquella flor, actúan los Antiguos, en tanto que los Modernos se asemejan a las arañas pues de ellos mismos extraen la materia prima para producir su obra; o sea, hay productores que, inspirados por el estudio de las obras del pasado, van haciendo la propia, en tanto que otros simplemente se dejan llevar por el Sturm und Drang de su propia subjetividad, para hacer su trabajo.

            Más que ahondar en esta polémica, me interesa señalar que ya desde entonces y quizás desde mucho antes, ha habido esta suerte de confrontación entre lo Clásico (los Antiguos) sustentado en una tradición ya probada, y aquellos que reclaman mayor libertad de inspiración y creación (los Modernos). A cada una de estas posiciones le corresponde una visión particular sobre qué es el arte, cómo debe manifestarse y con qué fin, cada una de ellas apoyada en una serie de reflexiones filosóficas, estéticas e históricas, que forman parte de su andamiaje teórico, mismo que se ha ido modificando en la medida que el marco social hizo lo propio; es decir, no es la misma Querella la del siglo de Luis el Grande, que la que se da durante la primer mitad del siglo XX y no lo es simplemente porque ocurre en diferentes momentos de la sociedad.

            Es un hecho que a partir de la última década del siglo pasado nuestro mundo sufrió y sufre profundas transformaciones que nos llevan, hoy día, a hablar de estar viviendo una nueva etapa de la historia humana. Este cambio ha provocado cambios en las ideas y prácticas con las que creció la etapa anterior. Y si ahora tenemos que pensar en una nueva forma de hacer política, nuevas economías y comercio, nueva educación, nuevas familias, nuevos géneros, no podía ser menos en el terreno de esos objetos que por siglos han recibido el nombre genérico de Arte. Hasta aquí, según mi punto de vista, todo está bien y me parece lógico que, entre otros temas, el debate entre Antiguos y Modernos entre a un período de renovación. El problema está en que mientras se encuentran perfectamente definidas las abejas y las arañas, no sabemos qué clase de bicho pudiera ser su antagonista y de su enfrentamiento qué vaya a surgir.

            Citaré a dos autores quienes en artículos recientes han dibujado, entre otros temas, la forma general del mundo del arte actual. Me refiero a un editorial de Rosa Olivares, El Contexto, aparecido en Exit Express, del 7 de noviembre, y de ese mismo día, La muerte del artista, y el nacimiento del creativo emprendedor, de William Deresiwicz publicado en Espera Pública. Ambos autores coinciden en señalar, por una parte, la primacía del mercado y su conversión en baremo, ya no de calidad, sino de éxito, de popularidad, de “artisticidad” si se gusta. Y por otro, del ajuste que el productor en cuanto tal, su formación, trayectoria, han tenido y tendrán que adaptarse cada vez más a los nuevos medios y su propia lógica, lo que, como consecuencia, lleva a una mayor y necesaria homogenización, vital para la globalización de sus productos.

            Qué clase, pues, de bicho es este, ¿se parecerá a las abejas toda vez que una de sus estrategias es el apropiacionismo?, ¿o será como las arañas que les basta con lo que la naturaleza les dio para con eso hacer su obra y por ello esperar el aplauso universal? Para mí, ni uno ni otro, ni siquiera un tercero como pudiera esperarse de un movimiento dialéctico, yo creo que nos enfrentamos no a un nuevo bicho, sino a un engendro que nada tiene que ver con el pasado ni con el reciente, mucho menos con el remoto.

            No quiero, como otros sí lo hacen, defender al Arte como si supiera, fuera de toda duda, a qué le llamamos así, cuando es precisamente la historia la que me enseña la heterogeneidad de objetos (y aquí incluyo a la música y la literatura en todas sus formas) que han y reciben ese nombre. Quizás lo que quiera decir es que esta época se distinguirá por carecer de Arte, es decir, de aquel sobre el que debatían los Antiguos y los Modernos, y que su lugar lo ocuparán mercancías, pero ya ni siquiera concebidas como artesanías, sino como objetos destinados a ser vendidos al mejor postor que lo mismo puede ser un suizo que un chino o un iraquí, lo que implica que entre sus características ha de ser global (neutral) para gustar a cualquiera de ellos. En efecto, son mercancías y como tal producto de su época, pero, a mí, más allá de eso y de un hedonismo facilón, no me dicen nada, que es lo que espero haga el Arte, que me hable, que me enseñe, que me haga ver lo que de ninguna otra manera podría obtener, no que me lleve a las páginas de sociales, que se me olvide después de la inauguración, no que pueda presumir cuánto costó o qué celebridad tiene uno del mismo autor. Todo eso, de lo que hoy día estamos llenos, para mí, ya no es Arte, ese que se fortalecía cada que se enfrentaban las abejas con las arañas.

Publicado originalmente en Milenio Diario
Se puede ver también en www.artes2010.wordpress.com
Imágenes: agrolalimentando.com
www.aracnopedia.com


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