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Jan Saenredam. Alegoría de la caverna de Platón. 1604 |
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Con el mito de la caverna, Platón, nos condenó a un par de condiciones que es necesario repasar una y otra vez a fin de, entender, más o menos, la cultura en la que nos desempeñamos. La primera, y quizás más importante, es que nos niega la posibilidad de conocer directamente la realidad. Nuestro conocimiento se limita a tener imágenes -sombras- con mayor o menor definición de aquello que se encuentra más allá de la cueva y que no es otra cosa que la realidad. De aquí se deriva que vivamos en regímenes escópicos, es decir, aquellos en que la mirada, lo visual, se convierte en la principal fuente de conocimiento.
Segunda, aun suponiendo que lográramos tener una idea clara de un objeto, su reproducción lo reduce a una imagen, no al objeto en sí mismo, y si se reprodujera el objeto real, no su idea, solo seríamos capaces de reproducir una cara de él, no al objeto completo que es el real. Luego entonces la única posibilidad de acercarnos al conocimiento de la realidad será a través de la nitidez que tengamos de las imágenes que se alcancen a reproducir, pues aunque incompletas y falsas son las únicas con que contamos y las que nos permiten conocer la realidad, al menos, desde ese el punto de vista bajo el cual se llevó a cabo la reproducción.
Esto nos ha empujado a buscar la mejor imagen posible, la mejor imagen de la sombra proyectada por el objeto real. Camino que conoce dos puertos, el del doble y el de la copia. El doble no es la imagen del objeto, sino más bien el símbolo con el que lo substituimos. En tanto que la copia pretende reproducir una imagen lo más cercana posible al objeto y las condiciones y punto de vista a través del cual es visto.
Podríamos decir que un camino es por el que se ha desarrollado el lenguaje, el otro la producción artística visual. El fin último de ambos caminos es registrar todos y cada uno de los intentos que llevamos a cabo buscando ese doble o copia ideal.
Entre los siglos XIII y XV aparecerán dos formas conscientes para aumentar la capacidad de registro, una será la pintura ligada a la representación del espacio, ya no pictórico, sino euclidiano, de la bidimensionalidad a las tres dimensiones. Y la imprenta de tipos múltiples de Gutenberg, en ambos casos se desea contar con un registro más exacto, más fiel, de aquello que conocemos como realidad.
De este momento, en línea recta y sin obstáculos, llegamos al siglo XIX, a la propia superación de ambas formas de registro, por un lado, hablamos de la consolidación de la cámara fotográfica, y por el otro de la aparición de lo que conocimos como máquina mecánica de escribir (1868).
En ambos casos se trata de un acercamiento máximo a la realidad, la imagen fotográfica es un índice, el resultado de haber estado en contacto con aquello que representa su imagen. En el de la máquina de escribir, al someter todo tipo de doble a una sola lógica, al homogeneizar su transmisión, crea una única manera de hablar y referirse a esa realidad.
Publicado en Milenio Diario
Imagen. www.brtitishmuseum.org
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