Luz, espacio, tiempo

Johnnes Vermeer. Muchacha leyendo una carta, 1657-699. (Antes y después de la restauración)


 Inicio por seleccionar un tema, uno del que sepa algo, me llame la atención, esté de moda y lo conozca, del que tenga algo que decir, de ahí en adelante es cosa de desarrollo, de quitar, de agregar, aclarar, reescribir y tener la sensación de haber terminado o por lo menos de haber llegado a un punto en que se puede dejar el asunto sin agregar algo más. 

 Pero hay otras veces, más raras, por cierto, en que, como si se tratara de un rompecabezas, van apareciendo ideas, recuerdos, sensaciones, que, al irse juntando, al asociarlos, al compararlos, al verlos juntos, van creando un nuevo tema, uno que no estaba contemplado en un principio. Este es el caso de las líneas que siguen a continuación. 

 Estudiando y comentando la obra de Lázaro Blanco (1938-2011) encuentro que para él una buena fotografía, además de otros aspectos formales, debía contener tres aspectos fundamentales, la luz que revela o esconde, la evidencia del espacio donde ocurre la acción y el tiempo exacto al momento de hacer la toma, lograr la conjunción de los tres, hace que una fotografía sea realmente significativa, valiosa, desde el punto de vista de la imagen, lo que la separa de cualquier otra. 

 Entre 1979 y el ‘82, se llevó a cabo la restauración de Muchacha leyendo una carta (1657-59), del maestro de Delft Johannes Veermer (1632-1675), una de las primeras obras en que centraba su atención en recrear los apacibles interiores de las casas de los burgueses holandeses del XVII. En su momento se dijo, que las labores de limpieza, consolidación y conservación de esta obra en particular causarían tal revolución que nos obligarían a ver al pintor de una nueva manera. Resulta que al someter al lienzo a los rayos X revela que, en el muro del fondo, un muro desnudo, aparece otra pintura (como si estuviera colgada en ese muro) que representa la regordeta figura de Cupido con arco en una mano y las ardientes saetas en la otra. Así, de pronto se hace más que evidente el contenido de la pintura: la joven lee una carta de amor. 

 Por razones que no viene al caso discutir en este momento se decide hacer visible la figura de Cupido, alterando, según yo, ese suave misterio que tienen la pintura de Vermeer y que se acentúa o es provocado, incluso, por la atmósfera en que hace actuar a sus personajes. Íntimas visiones de cálidos interiores domésticos provocadas por la interacción de la luz, el espacio y el tiempo en que se da la escena. 

 Hay que saltar del siglo XVII a la primera mitad del siglo XX para encontrar un pintor semejante, en este caso el norteamericano Edward Hopper (1882-1967). Tanto sus paisajes como sus interiores, con o sin la presencia humana, han sido calificados como ejemplos de la soledad en que vive el hombre de su tiempo, del tormento que significa el no paso del tiempo, por más que este se encuentre a punto de cumplir con su destino fatal. La luz de Hopper, o su casi ausencia, sirve para subrayar el enorme vacío en que se desenvuelven nuestras conductas cotidianas o no tan frecuentes, las cuales, aquí, parecen congeladas ni en su principio, ni en su final.

 Quiero ahora pensar en un fotógrafo con quien armar un póker ganador, y el primero que me viene a la mente es el norteamericano Todd Hido (1968). Bastaría citar sus gélidos y desolados paisajes que dejen ver a lo lejos la temblorosa luz de una calle o una residencia. Silencio y vastedad, son dos cualidades suficientes para describirlos. Pero en esta ocasión no son sus paisajes los que me lleva a pensar en el como mi cuanto campeón, sino más bien, es la serie de retratos de mujeres en interiores, lo que me lleva a pensar en las mismas mujeres de Vermeer o en las impávidas de Hopper. Cada uno de estos retratos es un perfecto ejemplo de eso que Blanco exigía a una fotografía para que fuera excelente, haber logrado un perfecto balance entre luz, espacio y tiempo. 

 Viéndolo así, parece que, en las reflexiones y práctica de Lázaro Blanco, tenemos, no solo trabajos que permitieron superar el documentalismo tan propio de la fotografía mexicana de mediados del siglo XX, para así arribar a la fotografía actual, al contar, entre otras cosas, con una valedera teoría del arte.

Publicado en Milenio Diario
Imagen: scielo.org.mx

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