Del cambio

Xavier Guadarrama. Marmottan. 2022



 Desde la antigüedad griega nos llega la idea del cambio perpetuo, de la constante transformación, de lo único o irrepetible que es cualquier momento, de hecho, se puede afirmar que lo único constante en el universo es el cambio (el movimiento). 

 De entrada, podríamos distinguir dos tipos de cambio, el natural y el forzado artificialmente. No está por demás señalar ver cómo el artificial puede afectar o modificar al natural, por ejemplo, el crecimiento de un hombre se puede ver interrumpido o alterado por la intervención de una enfermedad y el de esta por un medicamento. También podríamos decir que los naturales se dan al margen de nuestra voluntad, en tanto que los artificiales generalmente son conscientes e intencionados. Los naturales son únicos y siguen su propio ciclo de principio a fin, los artificiales pueden quedar incompletos, repetirse, o copiarse. 

 La historia y la historia del arte son un buen ejemplo del ritmo incesante con que cambian natural y artificialmente las cosas. Por más intentos que se han hecho por tener un modelo universal, único, inamovible, por ejemplo, el arte grecolatino, termina siendo rebasado por la cimiente de cambio que el propio modelo lleva encima, dando paso a otro, a otro y a otro, movimiento, escuela, o estilo. Diríase, pues, que la esencia del arte se encuentra en su propia transformación, o que es debido a su permanente cambio, que logran conservar su valor. En ese sentido, su contraparte sería la artesanía cuya existencia y permanencia depende de de su inmutabilidad. 

 Sirvan estos apuntes para intentar acercarnos a lo presentado en la más reciente exposición de Xavier Guadarrama en la galería Drexel, Simbiosis, el pasado 27 de abril. De acuerdo a lo anterior, no tendría nada de particular ver cómo, a través del tiempo y el espacio, se va transformando la obra de un productor, aunque no deja de haber quienes se esfuerzan por mantenerse lo más cerca al ejemplo que les granjeó cierto reconocimiento, lo que no es el caso de Guadarrama, quien es esta muestra transita, en apariencia, por terrenos que no son los suyos, es decir, siendo uno de los paisajistas más realistas que hay en México, estas nuevas obras bordan por el camino opuesto, el de la abstracción. Cambios tan radicales no son comunes y aunque sí parece ser que la ruta es empezar por lo figurativo para terminar en lo abstracto, suele darse paulatinamente, pocas veces, como en este caso, tan abruptamente. 

 Antes de seguir, es pertinente mencionar que estas nuevas pinturas son el resultado, como dice Manuel Marín en la cédula de sala, de una amplia y profunda meditación acerca de lo que es la pintura en su forma más elemental, o sea partir el pigmento y la luz, a los que Guadarrama agrega un tercer elemento, el ojo-cerebro que mira. 

 La exposición se nutre, de hecho, de dos series de pinturas complementarias. Una primera, incluso yo diría que cronológicamente, formada por aquellas telas que nos recuerdan los indefinidos trazos con que Xavier va creando la realidad visual que terminamos reconociendo en sus paisajes. Algo muy semejante a los famosos Nenúfares (1898-1926, un total de 250 piezas) de Claude Monet. Cada una de estas telas, las de Guadarrama, son una invitación a reflexionar sobre la naturaleza de la luz recreada por el pigmento, por ejemplo, Flujo, Grácil, De verdes brillos

 El siguiente conjunto de obras, son las que quizás perezcan más “abstractas”, distantes a la práctica habitual del pintor. Acentos, Dioxina, Cerúleo, sería las que lo representan. Se trata de telas de formato intermedio, pintadas, diríamos que, en horizontal, líneas apaisadas formadas por segmentos, de longitud variable, de una misma gama cromática y sus complementarios, dando por resultado una superficie vibrante, inestable, cambiante. Si la anterior serie nos recordaba a Monet, estas no dejan de remitirnos a Mondrian y la serie de pinturas intermedias entre sus árboles y las estrictamente cuadriculadas. Son el resultado de la intervención del ojo-cerebro sobre la realidad de la luz recreada en las pinturas anteriores. Son el paso siguiente del Impresionismo y el Puntillismo, el acento ya no está puesto en el análisis de la interacción entre la luz y lo que nos rodea, para pasar a ser un estudio de cómo afecta esa interacción a la visión, qué hace el ojo al enfrentarse a esos resultados: crea un nuevo orden en donde cobran naturaleza, pasan, sin importar lo que reflejan –como sí importa en el Impresionismo y el Puntillismo--, a ser realidad. 

 Sin duda, valiosa esta excursión, como la llama Manuel Marín, de Xavier Guadarrama, lo interesante será ver que más trajo consigo, en qué más ha reflexionado, que más estará pintando.

Publicado en Milenio Diario

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