Según se necesite: Una mirada al retrato

 

El tema que trataré en estas líneas es el del retrato, en especial el fotográfico y cómo lo podríamos entender en la actualidad. Junto con el paisaje, son los dos géneros con que inició su propia historia la fotografía. Ambos –paisaje y retrato—empezaron --¿cómo podría haber sido de otra manera? -- fuertemente influenciados por la pintura. En el siglo XIX el retrato pintado pasaba por una especie de momento evolutivo al incorporar en su nómina de retratados a la burguesía en general lo mismo que al pueblo llano, buscando con ello, principalmente, desmarcarse de su asociación con la aristocracia y la realeza, grupos a los que históricamente había servido casi exclusivamente. Lo que se tradujo en la necesidad de dar imagen a los nuevos actores de la sociedad moderna. Otro impulso a la pintura de retrato, vino, como consecuencia, con el aumento mismo de solicitantes, y, por otro lado, con el incremento de lo que podríamos llamar la pintura de género, es decir la que da a conocer costumbres y tradiciones, pero también, los trabajos y oficios y sus ejecutantes los cuales pasaron a ser protagonistas, con sus retratos, de este tipo de pintura. 

 Todo lo anterior nos explica, entre otras, el por qué del auge del retrato en el siglo XIX y por qué, con la aparición de la fotografía, se dijo entraría en decadencia, pues no sólo era más rápido obtener un retrato fotográfico, sino también más barato que mandar a hacerse retratar por un pintxr, súmese a lo anterior el prestigio social que se lograba al ser retratadx por el entonces medio más moderno que había. 

No sabemos en realidad cuál haya sido el origen del retrato como tal; sin duda ya en la antigüedad hubo efigies que retratan a personas reales, como, por ejemplo, los llamados retratos de El Fayum, mismos que, se cree, satisfacían la necesidad de reconocer al dueñx del cuerpo enterrado. Quizás desde entonces el reconocimiento que proporciona la representación sea, si no la función principal del retrato, sí una de las que lo acompañan desde tiempos remotos. Reconocimiento que suponemos existía ya que no hay manera de corroborarlo.

Hay dos maneras básicas de entender el reconocimiento, una, llamémosle natural que consiste en ver una persona y saber de quién se trata; la otra, digamos la artificial, es una convención social a la que se llega al acordar que una representación contiene todos los elementos necesarios, imprescindibles, para que pueda pasar o hacerse pasar por la persona real a la que representa, o bien que esta persona puede ser identificada por medio de esa representación. Esta convención es el origen, por ejemplo, de los retratos de identidad que todos tenemos y a través de los cuales se certifica que somos quienes decimos ser. 

 A lo largo de la historia de la fotografía ha habido, desde sus inicios, grandes retratistas, con su trabajo y esfuerzo se ha logrado no sólo desprenderse de la influencia de la pintura (aunque no totalmente), sino ir construyendo un modelo propio, uno o unos que serían, digamos, característicos del retrato fotográfico, pues no se puede decir que haya uno solo y que a él se plieguen todos los retratos. Lo cual es especialmente cierto al popularizarse este género, lo que ha llevado a la búsqueda incesante y a veces insensata, de nuevos acercamientos sobre cómo lograr esa identidad entre representación y retratadx. 

 Debido a lo anterior, es que hoy sea tan complicado lograr una buena fotografía de retrato. Los retratados cambian constantemente (de niños a adultos, de parejas a grupos), las necesidades y exigencias de la sociedad también, nuestra comprensión de la fotografía es otra de las variables que interviene al momento de hacer un retrato, tanto como las expectativas que los retratadxs tienen sobre su representación. En un mundo en el que las apariencias se han vuelto –y se volverán—tan importantes, apuesto porque lo valioso de un retrato fotográfico no sea solamente la representación del retratadx y su posible identificación, sino que sea capaz de mostrar quién es, más allá de las apariencias (cómo quiere aparecer, cómo se ve socialmente, cómo le gustaría que se viera y lo vieran, cómo le sugerimos que se vea, etc.), el retratadx, no solo cómo es. 

 También por lo antes dicho es que el retrato contemporáneo suele acercarse más a la exploración de las identidades (sociales, de género, raciales, nacionales, de grupo o clase, etc.) o al manejo de las fantasías individuales. Y es de esperar que conforme avancen los recursos tecnológicos en la reproducción de la apariencia exacta de las personas (del daguerrotipo a la IA), nuestras ideas sobre el retrato sean las primeras en verse transformadas. 


 Publicado por Milenio Diario 
Se puede ver también en www.artes2010.wordpress.com 
Imágen www.lensculture.com

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