Con los pies en la tierra (I de II)


Con los píes en la tierra es el título de la exposición del francés Pierre Verger (1902-1996) inaugurada el pasado día 19 en la Fototeca del estado del Centro de las Artes. Una muestra que recoge parte del trabajo que llevó a cabo en nuestro país en tres visitas que hizo en 1936-37, 1939 y 1957, en particular la obra que se centra en el elemento humano durante sus ceremonias o fiestas civiles y/o religiosas.

            Retomado del Renacimiento, el mito del Buen Salvaje, cobrará distintas formas a partir del siglo XIX. Una de las favoritas o de mayores consecuencias es la renuncia total al llamado mundo civilizado para ir en pos o al encuentro de una vida más plena, en armonía y obediencia con las leyes de la naturaleza. Dos de los ejemplos posiblemente más conocidos son Paul Gauguin y sus largas estancias en las islas del Pacífico del Sur (a partir de1895) y Antonin Artaud y sus experiencias con los Tarahumaras (1936). A esta lista de personajes repelidos o autoexiliados de la modernidad occidental, hay que sumarle ahora, sin duda alguna, el nombre de Pierre Verger; fue tal la atracción que sintió por lo visto y vivido de este lado del Atlántico que terminó siendo absorbido por las tradiciones y cultura afroamericana del Brasil, en especial por el rico sincretismo de los ritos y creencias religiosas del Candoblé, llegando a convertirse el mismo en Babalawo o sacerdote de Orunmila, una especie de vidente que conoce tanto el pasado como predice el futuro.

            Interesante y a fin de tener una idea más clara y precisa del trabajo del francés sería poder conocer también esta otra parte de su quehacer, así como toda la demás que produjo en Europa y otros países del mudo. En este caso, el orden de los factores sí afecta al producto, pues no es lo mismo una exposición sobre la población del México postrevolucionario con fotografías de Paul Verger que una muestra del trabajo fotográfico del mismo autor, incluido su trabajo realizado en nuestro país. Esta diferencia, que pudiera parecer sutil y casi sin relevancia, se vuelve importante si consideramos, uno, la naturaleza del material que nos presenta la exposición y sobre la cual hablaremos en la siguiente entrega, y, dos, que través de muestras como esta aprendemos más de  nuestra propia historia que sobre la trayectoria de un fotógrafo en particular.


            Hay que destacar que para la realización de esta muestra se llevó a cabo un intenso trabajo de campo e investigación hemerográfica a fin de identificar correctamente y actualizar la información de cada una de las más de 180 fotografías que se presentan. Menciono el hecho, no solo para reconocer el valor de quienes llevan a cabo estas tareas, sino también para darnos cuenta de la inmensa cantidad de información que puede proveer o que se puede obtener de un archivo de proporciones monstruosas como el que reunión Verger a lo largo de toda su trayectoria.

            En lo personal esta exposición me resulta de interés por varias razones, no sólo por lo apuntado hasta ahora y lo que trataré la próxima semana (dedicado a la fotografía), sino también porque nos ofrece una imagen de México en un momento por demás interesante en la historia moderna de nuestro país, acentuado este interés en la vida rural o pueblerina del mal llamado interior la República. Yo no alcanzo a ver, como dice en una de las cédulas de sala, la incipiente decepción frente a las promesas de la modernidad, en cambio sí veo algunas manifestaciones de esa cultura nacionalista que se fue imponiendo hasta principios de los años ’50, las marchas, la publicidad de los negocios y mercancías, la incorporación de ropa, calzado y demás artificios nuevos dentro, incluso, de las propias ceremonias. Veo, y eso es lo que me parece más interesante, el momento en que nuestro país va dejando atrás al México tradicional para convertirse –mal y desigualmente, inequitativamente—en un país que aspira a ser moderno, esto es, nos muestra, aunque quizás ello no fuera su intención, un momento de transición.

            He presentado sin resultados en un par de ocasiones, el proyecto para llevar a cabo una exposición de la fotografía del mundo indígena y rural que se ha llevado a cabo en nuestro país desde Aubert y Charnay, de Lumholtz o Jackson, pero también de Becerril y Brehme, pasando por López y Ramos, Manuel y Lola Álvarez Bravo, Cartier Bresson, Boubat, Graciela Iturbide y Ortiz Monasterio, es decir una especie de antología de la fotografía digamos que de tipo indigenista que se ha practicado en nuestro país, tanto por extranjeros como por nacionales, desde el siglo XIX hasta finales del XX. Una muestra tal, nos permitiría ver, no sólo, los cambios de visión entre nuestros fotógrafos y los de fuera, sino precisamente, esos momentos de inflexión, esas sutilezas que son imperceptibles a primera visita, pero que, con el paso del tiempo, acaban por substituir a las formas anteriores, con ello podríamos enriquecer, y con mucho, nuestra idea e imagen de nosotros mismos.

Publicado originalmente en Milenio Diario
Se puede ver también en www.artes2010.wordpress.com


Comentarios

Entradas populares