Tamayo o la pintura por siempre


El pasado 24 de noviembre MARCO abrió al público la exposición Rufino Tamayo, el éxtasis del color en coordinación con el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México; de hecho, la principal curadora de la muestra, Silvia Navarrete, es la directora de este último. La muestra, está compuesta por más de 50 piezas provenientes, en su mayoría, del acervo que en los años `70 el gobierno le comprara a los Tamayo, complementada con obras de particulares, especialmente de Monterrey. No olvidemos que el de Oaxaca tuvo una relación cercana con nuestra ciudad por lo que no sorprende ver que algunas de sus buenas obras se encuentran aquí, como tampoco que un par sus trabajos más importantes también lo estén, la escultura monumental Homenaje al Sol frente al Palacio Municipal de Monterrey, y El Universo, el enorme y único vitral que realizó, albergado (por lo menos hasta hace unos meses) en el llamado Pabellón del Universo, dentro de las instalaciones del Planetario Alfa.

            Pocas veces tenemos la oportunidad de ver una exhibición como esta. No sólo se encuentra bien montada y distribuye con equilibrio óleos, acrílicos, mixtas, dibujo y obra gráfica, sino que todas y cada una de las pinturas seleccionadas para formarla, hacen que se eche de menos el arte de pintar, o, mejor dicho, este arte-manera de pintar, este compromiso y entendimiento con lo que es realmente pintar. Quien no vea aquí esta capacidad y sabiduría, que bien podría calificarse de artesanal, o no sabe ver pintura o es, de plano, un ignorante.

Pareja

Naturaleza muerta con vasos

Para mí, hay dos piezas que representan perfectamente lo que acabo de decir, Pareja de 1929, y casi cincuenta años después, Naturaleza muerta con vasos, 1972. En esta pareja, que por cierto no fue la única vez que abordó el tema, ya están presentes muchas de las variables que se convertirán en recurrentes en su pintura, la supresión de la perspectiva por planos de color, la aplicación seca del pigmento y su parquedad cromática, permitir o hacer que sea el color quien tome el lugar del dibujo y modele a los personajes, el hieratismo de estos, casi despersonalizados para dar paso a un símbolo universal, entre otras. Por su parte, la naturaleza muerta que citamos destaca porque a la aparente simplicidad del tema, le sigue la riqueza de la técnica pictórica, la misma sequedad que veíamos en la pareja se vuelve a manifestar aquí, sólo que la parquedad de la paleta se ha convertido en concienzuda explotación del color y su aplicación, su empaste, sobre el lienzo; sin duda, esas dos catrinas que se encuentran sobre tan austera mesa, se ennoblecen por la manera en que han sido pintadas.

Olga, retrato dinámico

            De todo lo que se ha dicho sobre el maestro oaxaqueño y lo que se puede y de seguro se dirá sobre su quehacer creativo, me gustaría destacar sólo dos aspectos que, a mi parecer, están bien representados en esta muestra, me refiero, por una parte, al interés que siempre mostró por el movimiento, en este sentido se puede citar a Mujer con pájaros de 1950, pero sobre todo a Olga, retrato dinámico, 1958, que incluso recuerda, por su título, al famoso Jeroglífico dinámico del Bal Tabarín, 1912, de Gino Severini. El siguiente aspecto que destaco fue el que siempre abordó temas concernientes a la modernidad de su momento, aquello que era lo de moda o le parecía que mejor retrataba el día a día que vivía, por ejemplo, la Torre de alta tensión, 1974, pero sobretodo el Rocanrolero, 1989 y su graciosísimo Hippie en blanco de 1972. Y se puede seguir hablando del maestro y su relación con el arte prehispánico y popular, con su natal Oaxaca, con el humor, acerca de su permanente atención al cosmos y fenómenos estelares, de sus mixiografías, de su conocimiento de los pigmentos y el color, de su oposición a un arte narrativo, de la animadversión con que fue visto en sus primeros años como pintor, etc., etc.

Retrato de Olga

            Empezando con Tamayo, no cabe duda que para él y sus contemporáneos, así como para las generaciones que inmediatamente les siguieron, Rivera, Orozco y Siqueiros, no solo eran una presencia viva y actuante sino también la constante referencia a su quehacer. Es por esto que se me ocurre aventurar que el de Oaxaca procuró replicar algunos de los temas que admiró en aquellos, por ejemplo, obra maestra de Rivera, es su Retrato de Lupe Marín, 1938, y de Siqueiros El retrato de Angélica, su mujer, de 1947, a ellos, Tamayo respondería con su no menos extraordinario Retrato de Olga, de 1964. Otro tema posible, el desnudo; a los de Tina Modotti y Lupe Marín en la Capilla de Chapingo (1924-27), o a los grotescos de Katharsis de Orozco, 1934, se les puede oponer, en cuanto a su capacidad de significar, a las Músicas dormidas, de 1950 o el Homenaje a la raza india del ‘52. Interesante, al menos así me lo parece, sería poder continuar y profundizar en este ejercicio, quizás a través de él, pudiéramos repensar la oposición que dicen existió y existe entre los llamados tres grandes y Tamayo.

            Quien de verdad guste de la pintura, quien pretenda ser pintor de profesión, o quien simplemente busque una buena exposición que comentar y compartir, no puede dejar pasar esta oportunidad.

Publicado inicialmente en Milenio Diario
Se puede ver también en www.artes2010.wordpress.com

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